MADRID, OTOÑO, SÁBADO, de Josefina Aldecoa
"El cuarto era pequeño y las paredes estaban cubiertas de libros, de fotografías clavadas con chinchetas. La cama era un diván forrado con una tela de flores rojas.
—Si yo tuviera un cuarto así… —dijo Sara.
—Tú tienes un cuarto bonito —replicó Isabel.
Pero Sara sabía bien lo que quería decir.
—Algún día tendrás un cuarto a tu manera. Cuando ya no vivas en tu casa —dijo tranquilamente Isabel.
—¿Quieres decir cuando me case? —preguntó Sara.
Isabel se quedó mirándola.
—No. Quiero decir cuando seas mayor y trabajes y te vayas a vivir a otro sitio.
Sara no contestó. Con frecuencia, en sus conversaciones con Isabel, llegaba a un punto en el que prefería detenerse. Avanzar más, sospechaba Sara, era arriesgarse a tropezar de pronto con una verdad escondida, que era la clave y la fuerza de Isabel. Seguir preguntando y obtener respuestas era a la vez una amenaza y una tentación. «Algún día sabré —se decía Sara—, pero todavía es pronto». Se angustiaba adivinando que el día en que Isabel le descubriera lo que verdaderamente importa en el mundo, lo que únicamente merece la pena, ella, Sara, estaría perdida para siempre; perdida para todo lo que hasta entonces había sido suyo y le había parecido indiscutible y firme. Por eso no dijo: «¿Y qué harás tú cuando seas mayor?», sino que buscó una senda para huir.
—No sabía que tu hermano y su mujer fueran tan jóvenes —dijo—. Tampoco sabía que estuvieran aquí."
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