OCTUBRE, 1934. De Josefina Aldecoa
"Había que atravesar el bosque de hayas, y ésta era la parte de camino que Maruja prefería.
Era el otoño, las hojas se enredaban en los pies y daba gusto andar sobre ellas, húmedas y sin embargo crujientes, calientes del sol templado de la mañana y penetradas ya de la humedad de la tierra jugosa. Había que atravesar el bosque, pero no importaba porque era un bosque abierto, sin miedos, y los helechos antiguos que lo llenaban habían perdido en algún momento su misterio, quizás cuando el gran bosque fue talado en su mayor parte y horadado su suelo en busca de carbón.
El retazo de bosque, prisionero entre Los Valles y la mina, vecino de las praderas del Castillo, conservaba sus hayas, y los helechos eran como un recuerdo del perdido misterio"
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