CAZADO POR LA BALA. TEMPESTADES DE ACERO, de Ernst Junger
"...Yo llevaba en la mano derecha mi bastón de paseo y en la izquierda la pistola; avanzaba a grandes pasos. Casi sin darme cuenta dejé en parte a mi espalda y en parte a mi derecha la línea de tiradores de la Quinta Compañía. Mientras avanzaba noté que se me había desprendido del pecho la Cruz de Hierro; había caído al suelo. Schrader, mi ordenanza y yo nos dedicamos a buscarla con todo interés, aunque tiradores ocultos nos tomaban como blanco de sus fusiles. Por fin la sacó Schrader de una mata de hierba y volví a prendérmela.
El terreno descendía. Sobre un fondo de barro de color pardo-rojizo se movían unas figuras borrosas. Una ametralladora nos aporreaba con sus ráfagas. Se acrecentó la sensación de que no había escapatoria. Pese a ello, empezamos a correr mientras el fuego se concentraba sobre nosotros.
Saltamos por encima de pozos de tiradores y de tramos de trinchera excavados a la ligera. En el preciso momento en que estaba saltando por encima de una trinchera un poco mejor construida, me lanzó por los aires, como un ave de caza, un golpe incisivo que noté en el pecho. Di un sonoro grito, con cuyo chillido pareció escapárseme el aire de la Vida, giré en redondo y caí al suelo con estrépito.
Por fin me había atrapado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida. Delante de Mory, en la carretera, había notado ya la mano de la Muerte – esta vez me aferraba más fuerte, más nítidamente. Mientras caía pesadamente sobre el piso de la trinchera había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y, sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquél uno de los poquísimos instantes de los que puedo decir que han sido felices de verdad. En él capté la estructura interna de la vida, como si un relámpago la iluminase. Notaba un asombro incrédulo, el asombro de que precisamente allí fuera a acabar mi vida; pero era un asombro lleno de alegría. Luego oí cómo el fuego se debilitaba; parecía que me hundiese como una piedra bajo la superficie de un oleaje furioso. Allí no había ya ni guerra ni enemistad."
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