COMO EVITO ALEMANIA UNA REVOLUCIÓN EN 1919. LOS VENCIDOS, de Robert Gerwarth
"...Ebert y otros destacados socialdemócratas estaban más preocupados por afrontar los problemas más apremiantes del momento: preparar un tratado de paz que pusiera oficialmente fin a la guerra, garantizar un suministro de alimentos adecuado para una población hambrienta, y la desmovilización de varios millones de soldados.Cada uno de esos problemas suponía un enorme desafío para un gobierno sin experiencia. Alemania acababa de perder una guerra de una magnitud y una destructividad sin precedentes —una guerra en la que habían prestado servicio más de trece millones de alemanes (casi el 20 % de la población de 1914), y con dos millones de muertos—. Por añadidura, aproximadamente 2,7 millones de soldados alemanes habían sufrido daños físicos o psicológicos durante la guerra. A diferencia de lo que ocurría en los estados vencedores de la Gran Guerra, el dilema de cómo justificar el sacrificio de un hijo, de un hermano o de un padre después de perder una guerra preocupó (y dividió) al público alemán durante años, igual que a las poblaciones de todos los demás países europeos que fueron derrotados en otoño de 1918.
Con ese dilema como telón de fondo, el 10 de diciembre de 1918, en la Puerta de Brandeburgo de Berlín, Ebert recibió a las tropas que regresaban del frente con las famosas palabras: «Ningún enemigo os ha vencido». Las palabras de Ebert no eran fruto de ningún delirio, sino más bien surgían del deseo de conseguir el apoyo del Ejército al nuevo régimen ante la posibilidad de una actitud hostil de la oposición de derechas o de los partidarios de una revolución más radical en Alemania. Por esa misma razón, Ebert había llegado a un acuerdo pragmático con el sucesor de Ludendorff en el Alto Mando del Ejército, el general Wilhelm Groener, un acuerdo que a menudo ha sido criticado por quienes lo consideran un pacto faustiano con el antiguo Ejército imperial. El 10 de noviembre, Groener le había garantizado a Ebert la lealtad de las Fuerzas Armadas. A cambio, Ebert prometió que el Gobierno iba a adoptar medidas inmediatas contra cualquier posible sublevación de izquierdas, que iba a convocar elecciones a una Asamblea Nacional, y que el cuerpo de oficiales de carrera iba a seguir ejerciendo el control de la cadena de mando militar.
Así pues, el cambio negociado, y no la agitación violenta, fue el sello distintivo de la fase inicial de la revolución alemana de noviembre de 1918. Eso era válido tanto para el mundo de la política como para el escenario social: el 15 de noviembre, los líderes empresariales y los sindicatos llegaron a un acuerdo sobre el arbitraje de salarios, la implantación de la jornada laboral de ocho horas, y la representación de los trabajadores en las empresas con más de cincuenta empleados. Aquel pacto, conocido como el acuerdo Stinnes-Legien por sus dos principales firmantes —el destacado industrial Hugo Stinnes y el presidente de los Sindicatos Libres, Carl Legien— excluía de antemano una potencial nacionalización desde abajo o la redistribución radical de la propiedad, algo que no interesaba ni a los patronos ni a los Sindicatos Libres, dominados por el SPD.
Sin embargo, la cuestión del futuro político de Alemania a largo plazo iba a ser decidida por una Asamblea Nacional constituyente elegida democráticamente —o por lo menos eso era lo que pretendían Ebert, el MSPD y algunos sectores del USPD—. Por esa razón, las elecciones a la Asamblea Constituyente se llevaron a cabo lo más rápidamente posible. Cuando se celebraron las elecciones, el 19 de enero de 1919, el electorado votó, por una abrumadora mayoría del 76 %, a los tres partidos que habían defendido firmemente una renovación democrática para Alemania: el MSPD, el progresista Partido Demócrata Alemán (DDP) y el Partido Católico de Centro."
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