VIDA INTIMA DE LA SOCIEDAD COMUNISTA EN CHECOSLOVAQUIA. HAVEL, de Michael Zantovsky
"De hecho, la amplitud de la opresión era inmensa, aunque su intensidad no fuera, en la mayoría de los casos directamente mortífera. Docenas de personas fueron encarceladas. Decenas de miles de checoslovacos abandonaron el país para empezar una nueva vida en otro lugar, a menudo para no regresar jamás. Más de 300.000 personas fueron expulsadas del partido comunista, no ya por haber apoyado las reformas liberales, sino por ser reacias abjurar de su herejia y a realizar humillantes actos públicos de arrepentimiento.
La estrategia de normalizacion, pues este era el eufemismo oficial por el que se justificaba incesantemente en unos medios sometidos a una renovada censura, logro hacer que la vida en el país pareciera 'normal'. La gente iba a trabajar y veía la televisión por la tarde, seguían haciendo bebés, y los trenes llegaban más o menos a su hora.
Sin embargo, por debajo de la superficie toda la vida pública y social se detuvo en seco. En los medios, el fermento de 2 años atrás fue sustituido por una interminable, repetitiva y soporifera sarta de sandeces. Se disolvieron todas las organizaciones y asociaciones independientes, se repudiaba cualquier tipo de pensamiento autónomo. Los libros de texto eran purgados de cualquier contenido remotamente inconsistente con la línea oficial, o que oliera a creatividad y originalidad individual, que ahora se incluían en la lista de pecados mortales. Se arrasaron muchos barrios antiguos y hermosos, y el centro de muchos pueblos, a fin de poder hacer sitio para enormes bloques de viviendas donde se podía alojar y supervisar eficazmente a un gran número de personas, que así se veían obligadas a vigilarse mutuamente. Los viajes al extranjero se redujeron al mínimo, y solo se concedían a unos pocos elegidos; era necesario un permiso especial de salida incluso para viajar a la Yugoslavia socialista.
Era comprensible que la gente intentara compensar en su vida privada el vacío y la desolación. El florecimiento de la industria de las casas de campo en sentido literal, la necesidad de disponer de un lugar en el campo donde la gente pudiera refugiarse en privado con la familia y sus amigos, y dedicar los fines de semana a un agotador pero para variar fructífero trabajo manual a fin de hacer habitables y embellecer aquellas viviendas, no era más que uno de los síntomas. Otro síntoma eran los bares a rebosar, donde la gente podía pasarse las tardes emborrachándose con cerveza barata pero excelente, o con vino barato pero espantoso. Otro indicio eran las costumbres sexuales más bien relajadas. Las distintas combinaciones de esos tres factores daban lugar a una interminable sucesión de fiestas y otro tipo de reuniones cuyo objetivo era matar el tiempo de la forma más absurda y placentera. Había numerosos establecimientos muy conocidos, y refugios abiertos hasta la madrugada, lugares como el Junior Club, no lejos de la casa de Havel, donde uno siempre podía encontrar a un compañero de borrachera o ligar con alguna chica. Había un salón, que Havel frecuentaba de vez en cuando, en casa del escritor Jiri Mucha, hijo de Alphonse, dónde hacía de anfitriona su amante, Marta Kadlecikova, y sobre el que circulaban turbias historias de orgías sexuales e intrigas politicas, algunas de las cuales eran verdaderas. Había una Sociedad, cuya misión era escribir su propia crónica en italiano, aunque ninguno de sus miembros sabía italiano, así como proporcionar transporte a las amigas de la misma, colectivamente denominadas cuerpo auxiliar intercambiable de mujeres, hasta las residencias campestres de sus miembros para su alojamiento durante los fines de semana. Había un Club de Vuelo Aerostático, donde unos pocos efectivamente echaban a volar sus globos, pero muchos eran más, entre ellos Havel, asistían a su baile anual. La más antigua, famosa y sofisticada de aquellas asociaciones era un club de artistas, cineastas y atletas amado La paleta de la patria. Entre sus muchas actividades, que incluyan un baile de gala anual donde abundaban las corbatas blancas y los trajes largos, y un equipo de hockey sobre hielo, estaba el Rally de Monte Patria anual, que en 1971 contó entre sus pilotos con un caballero de aspecto mexicano a bordo de un gran Mercedes, y que no era otro que Vaclav Havel.
(...)
No obstante, para la mayoría de la gente, este tipo de consuelo era temporal en el mejor de los casos, y a fin de cuentas no podía mitigar lo desesperado de la situación ni la ausencia de cualquier perspectiva de mejora. Las cosas iban a ser siempre así, recuerdo que pensaba yo para mis adentros, yendo de una fiesta a otra, emborrachándome con la misma gente y acostándome con perfectas desconocidas, y despertándome por la mañana con una sensación que iba desde la suave indiferencia, pasando por una vaga nausea, hasta la desesperación total."
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