LA LIBERACIÓN PARA LOS ESCLAVOS POLACOS DEL TERCER REICH. EL VIAJE, de Ida Fink
"El ejército llegó de noche, una cocina castrense humeaba en el patio delante de la herrería, aparcaban coches camuflados bajo los castaños. Dos militares han sacado a Serguei de la jardinería y lo han enviado fuera del pueblo: vi cómo lo llevaban, con el rostro blanco, sin gota de sangre. Al parecer, había dicho algo. Nadie volvió a verlo. Unos días después el ejército abandonó el pueblo.
—Nosotros somos gente sencilla, honrada —repetía Hermina—, no hemos hecho daño a nadie, no tenemos miedo… No se vengarán de inocentes. Sie werden uns doch nicht verhungern lassen …
Alguna que otra vez ha ordeñado sola las vacas.
Cayeron algunas bombas sobre el camino, los campos, una piedra arrebatada por la fuerza de la explosión atravesó el tejado de la casa del panadero, arrancó tejas aquí y allá. Eso fue todo.
Esa noche, que resultaría ser la última, Bárbara se quedó conmigo. El frente se situaba a pocos kilómetros, los franceses ya estaban en Waldbach.
Acalló el tiroteo al alba, cesaron las explosiones, reinó el silencio. Salimos del sótano y nos dirigimos a la parte delantera de la casa. El amanecer era gris, olía a tierra fresca. Llegaba desde el bosque un leve murmullo. Un enorme avión surgió entre los árboles y voló por el cielo pálido con vuelo raso, lento y silencioso. Dibujó un círculo sobre los prados, desapareció tras el bosque y volvió a rondarnos.
—Ya está… —le dije a Bárbara y con la garganta atenazada seguí ese vuelo quedo, silencioso.
Hasta la llegada de los dos coches blindados ya mencionados pasarían aún unas horas. Vendrían a las diez de la mañana.
Es el primer domingo de abril, un día precioso, soleado. Los coches blindados bajan lentamente desde el pueblo de arriba hasta el de abajo; cuelga del tejado de Gottfried una sábana blanca; espero inmóvil. En ese momento pasan dos coches sobre el vacío camino comarcal. No siento nada, sólo mi garganta se halla atenazada, duele.
Sólo cuando los coches pasen a mi lado, sólo entonces estallará mi alegría. Pero todavía tengo miedo a gritar la verdad. Exclamaré «Vive la France, nous somme polonais» y los coches blindados, sin detenerse, seguirán, desaparecerán tras la curva del camino que se introduce en el bosque.
No aparecería nadie más hasta la noche. Ha desaparecido la sábana del tejado de Gottfried, el pueblo se mostraba igual, pudiera pensarse que nada había cambiado.
Estaba ya oscuro cuando arribó un tanque y se detuvo bajo los tilos para pasar la noche.
Al avistarlo desde la ventana de su cuarto, Bárbara arrancó una rama de jazmín en flor y se la llevó a los soldados franceses. Nos fuimos al día siguiente, por la mañana muy temprano.
Hermina miraba estupefacta la caja de margarina atada con la cuerda de amarrar el trigo: en ella se hallaban todas mis pertenencias. Bajo el brazo, apretaba el bolso con mi ausweis y la media herradura. «¿Cómo… te vas? ¿Precisamente ahora cuando hay tanto trabajo en el campo?» No comprendía. ¿Estaba mal con ellos? Creía que me quedaría hasta la cosecha… El panadero permaneció callado, lleno de rabia.
Bárbara esperaba debajo de los tilos, ella también con una enorme caja bajo el brazo. Salimos a la carretera principal que nos conducía hacia la ciudad, recorrida ya por multitudes de extranjeros y exclamaciones de gozo y cantos en diversas lenguas."
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