LAS PRESAS EMBRUTECIDAS. TREGUA PARA LA ORQUESTA, de Fania Fenelon
"...Le llega la vez a Jenny. Se arma un lío ya desde los primeros compases y sigue tocando de cualquier manera. Lo ha olvidado todo. Está sofocada y, a pesar del frío, le brotan gruesas gotas de sudor. Alma renuncia a dirigir los maullidos gatunos producidos por el arco de Jenny, puesto que no siguen ningún compás, pero no le quita los ojos de encima y su mirada refleja tal ironía que Jenny la acusa como si de una bofetada se tratara. Por fin detiene el suplicio con un gesto seco de su batuta. Jenny llora avergonzada mientras que las demás, olvidándonos del lugar y del momento, reímos hasta saltarnos las lágrimas; inducidas por nuestras carcajadas, las mujeres del bloque empiezan a reírse. Nos sentimos incapaces de dominarnos, a pesar de que ninguna ignora que la falta de Jenny es tan grave que podría costarle la vida.
Cuando ya no me dominan a mí, esas carcajadas histéricas e incoercibles me preocupan mucho. En cuanto cesan, quedamos físicamente agotadas y profundamente indiferentes; se diría que en cierto modo nos han apartado del ambiente en que estamos, que nos han insensibilizado.
Recogemos nuestro material y abandonamos el Revier, al igual que hacen los empleados al terminar su trabajo. Después de marcharnos nosotras, a cien o doscientas de las mujeres que nos han escuchado, tal vez a más, las dirigirán hacia los crematorios. ¿Nos hemos ya embrutecido del todo? ¿Cómo puede explicarse nuestra indiferencia?..."
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