LA ORGANIZACIÓN DEL MURO DE BERLÍN. BERLÍN, 1961, de Frederick Kempe
"Conversando con el embajador de la Alemania Federal en Moscú Hans Kroll, Jrushchov le diría: «No quiero ocultarle que fui yo quien dio la orden final. Es cierto que Ulbricht llevaba mucho tiempo presionando, y que en los últimos meses lo hacía con vehemencia creciente, pero no tengo intención de ocultarme detrás de Ulbricht». A continuación Jrushchov bromeó con Kroll diciendo que Ulbricht era demasiado débil como para llevar a cabo un plan como aquél. «El Muro desaparecerá algún día, pero sólo cuando los motivos que han llevado a su construcción hayan desaparecido también», le dijo Jrushchov a Kroll.
La decisión de Jrushchov había sido agónica. El líder soviético era consciente de que la medida tendría una gran repercusión en la reputación global del socialismo. «¿Qué debería haber hecho?», se preguntaría más tarde. «Era una evidencia que, de no detener el flujo masivo de refugiados, la economía de la Alemania del Este se habría derrumbado. Sin embargo, tan sólo disponíamos de dos tipos de contramedidas: cortar el tráfico aéreo o construir el Muro. La primera habría provocado un serio conflicto con Estados Unidos que posiblemente habría desembocado en una guerra, un riesgo al que no podía ni quería exponerme. Así pues, el Muro era la única solución que nos quedaba.»[6] (Sergéi N. Jrushchov, Creation of a Superpower, 454-455; Kroll, Lebenserinnerungen, 512, 527; Nikita S. Jrushchov, Khrushchev Remembers: The Glasnost Tapes, 169.)
Después de que Jrushchov comunicara su decisión sobre Berlín Este, Kvitsinsky localizó a Ulbricht en la Volkskammer, donde asistía a una sesión del parlamento unicameral de la Alemania del Este, cuyas decisiones, como sucedía con casi todo lo demás en el país, obedecían a sus dictados.
Pervujin le comunicó a un satisfecho Ulbricht que tenía el visto bueno de Jrushchov para empezar con los preparativos prácticos para cerrar la frontera berlinesa, pero que debía actuar con el mayor secretismo. «De cara a Occidente, debe ser una operación rápida e inesperada», dijo Pervujin.
Con un silencio asombrado, los dos soviéticos escucharon a Ulbricht recitar sin atisbo de emoción los detalles de lo que era ya un plan meticulosamente concebido.
La única forma de cerrar la frontera lo bastante rápido, dijo Ulbricht, y sin perder el elemento sorpresa, era utilizando una ingente cantidad de alambre de púas y alambrada. El líder de la Alemania del Este sabía perfectamente dónde conseguirlos y cómo trasladarlos a Berlín sin alertar a los servicios de espionaje occidentales. Justo antes de cerrar las fronteras, ordenaría la detención completa del metro y el tren elevado, dijo. Instalaría un gigantesco muro de cristal irrompible en la estación de tren de Friedrichstrasse, por la que pasaba la mayor parte del tráfico entre las dos partes de Berlín, para que los berlineses del Este no pudieran montar en los trenes que se dirigían al Berlín Oeste y escapar así al cierre.
Los soviéticos no debían subestimar la dificultad de cerrar la frontera, le dijo Ulbricht a Pervujin. La acción tendría lugar durante las primeras horas de la mañana de domingo, cuando el tráfico a través de la frontera sería menor y la mayoría de berlineses se hallarían fuera de la ciudad. Los 50 000 berlineses del Este que trabajaban en Berlín Oeste durante la semana, los llamados Grenzgänger o «cruzafronteras», estarían pasando el fin de semana en casa y quedarían atrapados en la trampa de Ulbricht.
Ulbricht declaró que tan sólo compartiría los detalles de la operación con un puñado de sus lugartenientes de confianza: el jefe de seguridad del Politburó Erich Honecker, que dirigiría la operación; el jefe de Seguridad Estatal y jefe de la policía secreta Erich Mielke; el ministro del Interior Karl Maron; el ministro de Defensa Heinz Hoffmann, y el ministro de Transportes Erwin Kramer. Ulbricht dijo que una sola persona, su guardaespaldas jefe, sería la encargada de entregar en mano las novedades sobre los preparativos a Pervujin y Kvitsinsky."
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