Reb Mordejái Meir no estaba seguro de si le estaba permitido interrumpir sus plegarias. Tras alguna vacilación, dijo:
—Estoy rezando las oraciones de medianoche.
—¿Qué clase de oraciones son?
—Un judío no debe olvidar nunca la destrucción del Templo.
—¿Y qué intenta conseguir con eso? —preguntó Fulie.
Pese a que reb Mordejái Meir comprendía cada una de sus palabras por separado, no captaba su sentido. Quería preguntar a Fulie dónde estaba su tsitsit, pero se dio cuenta de que la pregunta carecía de sentido. Tras pensarlo un momento, respondió:
—Uno debe rezar. Con la ayuda de Dios, el Mesías vendrá y el exilio finalizará.
—Si no ha venido todavía —preguntó Fulie—, ¿por qué iba a venir ahora?
—El Mesías quiere venir a los judíos más de lo que los judíos quieren que él venga, pero la generación debe merecerlo. Los cielos envían muchas bendiciones, pero nosotros bloqueamos los cauces de la misericordia con nuestras iniquidades.
—Abuelo, debo hablar con usted.
—¿De qué quieres hablar? Uno no está autorizado a interrumpir las oraciones de la medianoche.
—Abuelo, el mundo no llegará a nada mediante esas oraciones. Las personas han rezado durante casi dos mil años y el Mesías aún no ha venido aquí sobre su burro blanco. Se trata de una batalla, abuelo, una amarga guerra entre los explotadores y los explotados. ¿Quién incitó a los campesinos a realizar pogromos contra los judíos? Las Centurias Negras, los reaccionarios. Si los trabajadores no presentan resistencia, nos esclavizarán aún más. Abuelo, mañana habrá una gran manifestación y yo dirigiré la palabra. Si algo me sucediera, quiero que entregue este sobre a una muchacha que se llama Nejama Katz.
Por primera vez, reb Mordejái Meir se percató de que el muchacho llevaba en la mano un sobre voluminoso.
—Yo no conozco a ninguna muchacha —dijo—. Soy un anciano. ¿Por qué te mezclas con amotinados? Te pueden detener, Dios no lo quiera, y traerás sufrimiento a todos nosotros. El zar tiene muchos cosacos y es mucho más fuerte que tú. Ya que no crees en el alma ni en el más allá, ¿por qué te pones en peligro?
—Abuelo, no quiero comenzar toda la discusión de nuevo. Europa entera es libre y aquí el zar es un tirano. No tenemos parlamento. Lo que se proponen él y sus sátrapas, lo llevan a cabo. La guerra contra Japón costó millones. Miles de soldados murieron. En Occidente se preocupan por la higiene de los trabajadores, mientras que aquí un obrero es menos que un perro. Si no conseguimos tener una constitución, toda Rusia se hundirá en sangre.
Reb Mordejái Meir dejó su libro de oraciones.
—¿Tú eres un trabajador?
—Lo que yo soy no importa, abuelo. Estamos luchando por algo, por un ideal. Aquí está el sobre. Guárdelo en el cajón. Tal vez yo vuelva mañana. Si no, una muchacha llamada Nejama Katz vendrá. Déselo a ella.
—No corras, no tengas prisa. Él que mora arriba, gobierna el mundo. Él decide que haya gente rica y gente pobre. Si no hubiera personas pobres, nadie desearía hacer los trabajos comunes. El uno es comerciante y el otro deshollinador de chimeneas. Si todos fuéramos tenderos, ¿quién limpiaría las chimeneas?
—Estamos luchando para dar a los deshollinadores los mismos derechos y los mismos medios que a los comerciantes. Los comerciantes no son indispensables. En un mundo socialista, la producción será distribuida de acuerdo con las necesidades. No permitiremos que un intermediario se lleve la crema para él.
—¿Cómo? Nosotros los judíos no debemos interponernos. Quienquiera que sea el que gobierne, perseguirá a los judíos.
—El antisemitismo fue creado por los capitalistas para desviar la ira de las masas contra el régimen. Los sionistas quieren correr a Palestina, a la tumba de la madre Raquel. Pero eso no es más que fantasía. Nosotros los judíos tenemos que luchar al lado de los demás pueblos oprimidos por un mañana mejor.
—Vale, vale, dame el sobre. Déjame en paz. «Si el Eterno no edifica la casa, trabajan en vano quienes la construyen». Está escrito: «Nadie será castigado sin ser antes advertido» y la Guemará dice: «Si entras en una tienda de especias olerás bien, y si entras en una curtiduría la peste se te adhiere».
—Abuelo, ¿qué llama usted una peste, la lucha de las personas por sus derechos? ¿Está del lado de los explotadores?
—Dame el sobre.
—Buenas noches, abuelo. Nunca llegaremos a comprendernos.