LA CAFETERÍA, de Isaac B Singer
—Ni siquiera intenta convencerme. La mayor parte de los hombres aquí te acosan y no puedes liberarte de ellos. En Rusia la gente sufría, pero nunca conocí allí tantos locos como en Nueva York. El edificio donde vivo es un manicomio. Mis vecinas son unas lunáticas. Se acusan unas a otras de toda clase de cosas. Cantan, lloran, rompen platos. Una de ellas se tiró por la ventana y se mató. Mantenía relaciones con un muchacho veinte años más joven. En Rusia, el problema era librarse de los piojos; aquí estás rodeado de locura.
(...)
...Hace como si le interesara lo que ocurre en el mundo. Sus ideales han desaparecido, aunque todavía mantiene la esperanza en una revolución justa. ¿En qué le podría ayudar una revolución? Yo, por mi parte, nunca he puesto mis esperanzas en un movimiento o un partido. ¿Cómo podemos esperar, cuando todo termina en la muerte?
—La esperanza es en sí misma una prueba de que no existe la muerte.
—Sí. Sé que con frecuencia escribe acerca de esto. Para mí, la muerte es el único consuelo. ¿Qué hacen los muertos? ¿Siguen tomando café y comiendo tartaletas de huevo? ¿Siguen leyendo periódicos? Una vida después de la muerte no sería más que una broma.
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