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viernes, 21 de agosto de 2020

miércoles, 19 de agosto de 2020

LAS ESCLAVAS DE LA COMPAÑÍA SIEMENS EN EL CAMPO DE EXTERMINIO DE RAVENSBRUCK. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Margarete Buber-Neumann

Margarete Buber-Neumann sufrió la represión de de los dos totalitarismo más representativos del siglo XX: el nazismo y el comunismo. A la derecho se la puede ver testificando a favor del desertor soviético Victor Kravchenko quien en su libro "Elegí la libertad" describe su vida dentro de la Rusia comunista y deja en evidencia las semejanzas entre el nazismo y el comunismo.
LAS ESCLAVAS DE LA COMPAÑÍA SIEMENS EN EL CAMPO DE EXTERMINIO DE RAVENSBRUCK. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Margarete Buber-Neumann
Los barracones de trabajo de la empresa Siemens habían sido construidos por prisioneros, y sólo desde hacía algunas semanas había sido puesto en funcionamiento el primero. Había unas cincuenta mujeres devanando carretes y montando relés. Antes de ser admitida al trabajo, cada prisionera tenía que probar su habilidad e inteligencia. Tenía que curvar un alambre en una forma determinada y doblar un papel según el esquema fijado. También era examinada su agudeza visual. El ingeniero Grade, que llevaba ya quince años al servicio de la empresa Siemens & Halske, seleccionaba cuidadosamente a las más aptas entre las que se le enviaban.
El trabajo estaba organizado de igual modo que en las fábricas Siemens de obreros libres. Las prisioneras bobinadoras y las montadoras de relés eran dirigidas y controladas por trabajadoras más antiguas. El jefe de esta «filial de Ravensbrück» era el ingeniero Grade. Aparte de esto, gobernaba cada barracón de trabajo una vigilante SS, como representante de las autoridades del campo de concentración.
Para cada prisionera se abrió una ficha con el apellido, nombre, fecha de nacimiento y profesión, y en la que se anotaban además los resultados de los exámenes y el puesto más adecuado. Cada prisionera tenía una tarjeta de salarios en la que se inscribía el trabajo realizado y el jornal por el trabajo hecho, que correspondía al de un obrero libre en la Siemens. Al final de cada semana se inscribía la suma de jornales y las horas de trabajo de tal modo que pudiera verse lo que ganaba cada operaría; naturalmente, ésta no recibía ningún dinero. La Siemens pagaba al campo de concentración todos los salarios de todas las esclavas. Por este sistema se averiguaba fácilmente qué prisioneras no alcanzaban los cuarenta peniques que tenían fijados por hora. Si se repetía esta negligencia recibía una reprensión severa de la jefe del taller; si esto no servía, se requería la intervención de la vigilante, quien extendía un parte que llevaba a la prisionera al calabozo o al bloque correccional. También se trabajaba horas suplementarias —según los casos, hasta cinco—, como una forma de trabajo forzado. Todo obra de la nombrada empresa Siemens; la que culminaba su tarea recibía unos vales de poder adquisitivo proporcionado al trabajo, que podían utilizarse como moneda en la cantina. Pero en los últimos años sólo se vendía sal y unas repulsivas empanadas de pescado.
Yo me ocupaba principalmente de la correspondencia del señor Grade con la dirección del campo de concentración. En este ingeniero civil había un malogrado gerifalte de las SS; no tenía el menor escrúpulo en denunciar a la vigilante las prisioneras con pocas ganas de trabajar y en exigirle que actuara. Cuando encontraba una prisionera, a su juicio inútil, no dudaba en ponerlo en conocimiento de las autoridades del campo. Para él era evidente que las reclusas no podían gozar de ningún derecho. Yo supe luego que el impulso principal de este celo era el deseo de hacer carrera y el miedo a la guerra. Mientras se le considerara indispensable, la empresa Siemens le reclamaría a su servicio.
Cada prisionera tenía un lugar de trabajo reservado. El espacioso barracón estaba dotado de una potente iluminación eléctrica. El trabajo de las mujeres consistía en bobinar, montar, ajustar, comprobar y embalar los relés que iban a ser utilizados en aparatos telefónicos y en dispositivos de lanzamiento automático de bombas. También se fabricaban interruptores y aparatos telefónicos. Para cualquiera de estos trabajos se requería un cierto grado de experiencia y el máximo de interés.
Las dictaduras de Hitler y de Stalin han demostrado que la industria moderna puede ser perfectamente desarrollada con esclavos; tan sólo hace falta no permitir que falten hombres ni materia prima. Los campos de concentración rusos, al igual que los alemanes, fueron instituidos para aislar a los enemigos del Estado, y ambos sistemas coinciden en su desprecio al individuo y en considerar lícita su utilización como esclavos.

martes, 11 de agosto de 2020

ATAQUES DE OSOS GRIZZLY. MIS AÑOS GRIZZLY, de Doug Peacock

Grizzly Country - Film by Ben Moon — Grizzly Country
Grizzly Man's Last Stand - Doug Peacock and Rick Bass Hunting ...
ATAQUES DE OSOS GRIZZLY. MIS AÑOS GRIZZLY, de Doug Peacock

    A menos de quince millas del lugar donde me encontraba, los grizzlies habían matado a cinco personas en las últimas dos décadas. El número, elevado, refleja la cantidad de personas que abarrotan estas magníficas montañas alpinas cada verano. Mientras sigamos insistiendo en embutir a hordas de personas en cada cuenca de montaña, habrá conflictos y muertes ocasionales. Aquí arriba hay senderos trillados y sencillos que llevan hasta el último rincón de la naturaleza: los grizzlies no tienen ningún sitio adonde ir.
    La primera de estas muertes ocurrió en agosto de 1967, cuando una joven y su pareja acamparon cerca de un chalet en medio de la naturaleza. Estos chalets se construyeron durante las primeras décadas del siglo XX , cuando el Servicio de Parques Nacionales intentaba vender la idea de la conservación del territorio atrayendo a un gran número de turistas, y el ferrocarril intentaba capitalizarla. El Parque de los Glaciares acabó contando con dos de dichos chalets históricos, que ofrecen una buena cama y sirven hasta tres copiosas comidas al día en el corazón de la naturaleza.

    Uno de esos chalets arrojaba su basura a una hondonada, atrayendo deliberadamente a los grizzlies para que se alimentasen. A trescientas yardas de distancia había una zona de acampada, donde la joven pareja estaba pasando la noche, hasta que en mitad de la madrugada un grizzly los despertó. El oso atacó al hombre y arrastró a la mujer, que no dejaba de gritar, hacia las tinieblas. Fue abandonada viva, pero con heridas mortales, a cien yardas de distancia. La operación de búsqueda y rescate que podría haberle salvado la vida se aplazó hasta el amanecer, y la joven murió poco después de que la encontrasen. 

    La segunda muerte se produjo el 23 de septiembre de 1976, cinco millas al este de ese mismo chalet, en el campamento del glaciar Many. Un grupo de cinco estudiantes de la Universidad de Montana había montado sus tiendas en el comienzo de la ruta que pretendían recorrer, pero que encontraron «cerrada» a causa de los osos. Mary Pat, una de las jóvenes y víctima del ataque, era amiga de un escritor de Missoula, Bill Kittredge, que luego se convertiría en un buen amigo mío. Yo también había salido ese mismo día y por esa misma zona.

    A las siete de la mañana, un grizzly desgarró la tela de una de las tiendas y entró en ella; luego se retiró unos segundos, antes de volver y arrastrar afuera a la campista más cercana, Mary Pat, que estaba en su saco de dormir cuando el oso la mató. Aunque esa misma mañana el Servicio del Parque ejecutó a dos grizzlies adolescentes, el Dr. Charles Jonkel, uno de los miembros del comité de investigación que se ocupó del accidente, cree que el verdadero culpable fue un macho más viejo, al que capturaron un tiempo después. No se podía culpar a nadie: las jóvenes estaban bien informadas y mantuvieron el campamento limpio. «Lo hicieron todo bien», dijo el Dr. Richard Knight, líder del Grupo de Estudio Grizzly de la Interagencia de Yellowstone.

    Quince millas más al este, en la frontera entre el Parque de los Glaciares y la Reserva de los Pies Negros, dos jóvenes murieron tras el ataque de un macho grizzly de cinco años, el 24 de julio de 1980. La agresión se produjo en el límite del término municipal de St. Mary, mientras el oso responsable regresaba del vertedero de la ciudad, donde había estado alimentándose de un caballo muerto. Inspeccioné el lugar una semana después del ataque mortal, acompañado por Ed Abbey, que había llegado de Tucson y estaba de visita. La pareja estaba durmiendo fuera de la tienda —hacía calor—, junto a un diminuto arroyo que atravesaba una arboleda de sauces. El estrecho desfiladero era un sendero natural transitado por los animales. Cuando el grizzly se percató de la presencia de la pareja, a primera hora de la mañana, junto al arroyo ruidoso, tenían que separarlos unos pocos pies. Fuimos a ver el sitio: un pequeño álamo crecía justo al otro lado del riachuelo, y la muralla de matorrales que rodeaba el lugar parecía claustrofóbica. La idea de encontrarnos allí en plena noche con un oso nos provocó tal escalofrío que nos retiramos ipso facto . Las señales en el terreno y la naturaleza de las heridas del hombre joven dejaban claro que había luchado valiente y desesperadamente por la vida de ambos. Como le conté a Ed, el tipo era hermano de un amigo mío, que a su vez había sido atacado por un grizzly en el Parque de los Glaciares. Mi cabeza nunca aceptará ese desarrollo tan sumamente inverosímil de los acontecimientos.

    La muerte por ataque de grizzly más reciente en esa zona se produjo la última semana de septiembre de 1980, aunque nadie sabe la fecha exacta porque sólo se encontraron un fragmento de cráneo y varios trozos de fémur mordisqueados: el oso se había comido todo lo demás. El reloj automático Seiko de la víctima se había detenido a la una y media del mediodía del 28 de septiembre. Un amigo mío dio con sus restos en un bosque de sauces, en el margen inferior del lago Elizabeth, el 3 de octubre, después de divisar su campamento destrozado desde un helicóptero. Se encontró una prenda de vestir en la zona, y también otra camiseta manchada de sangre entre los sauces, cerca de los huesos.
Doug Peacock busca la naturaleza salvaje en "Mis Años Grizzly ...
    La víctima era un treintañero, un expiloto de Texas que viajaba solo. Decían que le había enviado una postal por correo a su madre justo antes de su última excursión. La postal tenía impresas unas huellas de oso, y había una flecha apuntando a ellas con la inscripción: «Éste es el oso que va a comerme». El texano era algo más que un hombre al que le gustaba viajar solo —actividad desaconsejada por las autoridades del parque—. Era un hombre espiritual, y siempre me refiero a él como «el Cristiano», por su costumbre de llevar varias Biblias y otras obras de literatura religiosa en su mochila. Se encontró una pequeña cámara cerca de los restos de su tienda y las autoridades revelaron el carrete. En las últimas cuatro fotos —de las que me hablaron, pero que nunca vi con mis propios ojos— había una imagen de su campamento por la tarde. Otra foto, tomada unas horas después ese mismo día, mostraba el campamento destruido. La penúltima imagen era la de su tienda resucitada de la carnicería, y la última mostraba parte de su campamento destrozado y una mancha marrón borrosa en la ladera que había detrás.

    Había que tener un valor o una estupidez inauditos para instalar una tienda donde apenas horas o minutos antes un oso había destrozado el campamento. Me lo imagino apelando a su fe, a la espera del grizzly en la tienda; acaso intentando huir hacia el agua por los troncos, sólo para ser cazado y arrastrado de nuevo entre los sauces. Nunca lo sabremos. Pero parece que ese oso tenía intención de matar y devorar a un ser humano. Nunca nadie había visto algo así. Mataron a un oso, claro. Probablemente era el grizzly que se comió al Cristiano, pues tenía una etiqueta en la oreja y un breve historial de problemas con humanos.

    Pero ¿qué pasaría si el verdadero asesino hubiese escapado? Me imagino a punto de entrar en un valle de montaña sobre el que pende la leyenda de un grizzly asesino: sería imposible tener las mismas sensaciones sabiendo que un devorador de hombres comparte la cuenca contigo. El valle no tendría tantos visitantes y yo no dormiría bien por las noches. Además, puede que no quedase otro lugar que pareciese tan salvaje o formidable en todo el país.

    Yo estaba allí en 1976 y 1980, en esos fatales días de septiembre, y puedo dar fe de la irritabilidad generalizada y la actitud agresiva de los osos. Pero el 23 de septiembre de 1976 noté algo más: percibí un olor a orina en el viento, y luego el hedor inconfundible de algo muerto y en descomposición. Nunca localicé la fuente de esos olores, ni encontré oso alguno, salvo por el instante en que distinguí a un llamativo grizzly rubio que, misteriosamente, se desvaneció de inmediato.

    Tenía la sensación de que algo iba mal —no era nada lógico, pero la sensación era tan convincente que confié en ella—. Lucas y Lisa estaban conmigo. Al principio sólo estaba un tanto alarmado, pero cuando volví a percibir ese olor particular rocé el pánico.

    Corrí hasta ellos, los aparté del sendero y les grité: «Fuera de aquí cagando leches». Me miraron fijamente, inmóviles.

    «¡Que os vayáis, hostias!», grité, para evitar confusiones.

    Nos marchamos de allí. Nunca antes, ni desde entonces, he tenido una sensación tan intensa de peligro inminente en territorio grizzly. Fue el día de la muerte de Mary Pat.
Grizzly defender Doug Peacock's last stand | by Mountain West News ...
    La depredación de humanos por parte de los osos es extremadamente insólita. La depredación de cualquier cosa por parte de los grizzlies es, en la mayor parte de los casos, oportunista, ya que suelen alimentarse de animales muertos. La mayoría de historias sobre osos que matan y devoran a personas se basa en hechos nebulosos, aunque ha habido insólitas excepciones. La mayor parte de casos documentados sucedieron por la noche, cuando la gente estaba en su saco de dormir, a veces dentro de la tienda. Estos acontecimientos son poco comunes y los grizzlies implicados suelen tener experiencia previa con alimentos o basura humana. Sólo conozco dos ejemplos de humanos devorados por grizzlies a plena luz del día, y uno de ellos era el del Cristiano. Pero, aparte de este puñado de hechos y este temor primitivo, poco más se puede decir. Este comportamiento de los grizzlies no puede rechazarse y ser tildado, simplemente, de «antinatural». Es la materia de la que están hechas las pesadillas.