DE MOSCOVIA A RUSIA, de Pedro García Martín
Lo cierto es que la impronta de la dominación tártara no sólo caló en los hábitos cotidianos, desde la vestimenta abigarrada al consumo del té, sino también en las relaciones de vasallaje entre príncipes y nobles. Pues, del mismo modo que los descendientes de Rurik se sometieron a la aprobación del khan en Sarai o en Karakorum, los boyardos soportaron un trato riguroso de los príncipes, y los siervos, a su vez, lo aguantaron de sus amos. Lo mismo sucedió con la mujer, pues el novio se presentaba en la boda con el látigo (knut) metido en la caña de la bota. De esta forma cobró cuerpo la adopción del castigo corporal y de la mutilación para muchos delitos.
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