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lunes, 20 de septiembre de 2021

SOBRE ELOGIEMOS AHORA A HOMBRES FAMOSOS. WHITE TRASH, de Nancy Isenberg



Agee iniciaba el libro preguntándose en voz alta si un hombre educado en Harvard y perteneciente a la clase media como él mismo podía evitar que todo cuanto escribiera sobre los blancos pobres acabara convirtiéndoles en entidades destinadas a suscitar compasión o repugnancia. No quería verse reducido a la simple condición de diletante boquiabierto. ¿Cómo sentirse facultado para «fisgonear» en lo más íntimo de la existencia de un grupo de seres humanos indefensos y cubiertos de espantosas cicatrices psicológicas? ¿Cómo creerse autorizado para hurgar en la vida cotidiana de una familia rural ignorante y desatendida, con la intención de exponer, a la vista de otro grupo de personas, la desnudez, el menoscabo y la humillación de esa forma de vida en nombre de la ciencia o del «periodismo honesto»? ¿Existía siquiera la posibilidad de transmitir a otros la «cruel exhibición de lo que es»? Probablemente no.

Así las cosas, Agee decidió adoptar diferentes estrategias y ofrecer una pormenorizada descripción de los objetos materiales: zapatos y monos de trabajo, el sucinto conjunto de muebles del hogar del campesino… Con meticulosa atención al detalle, el escritor trató de imitar con las palabras la «gélida» visión de la cámara fotográfica. Otro de los aspectos en que se aparta del periodismo convencional queda plasmado al intercalar lo que imagina que son los pensamientos inexpresados del aparcero pobre con los insultos íntegros y sin censura que había escuchado salir de la boca de los terratenientes. En la mente del labriego, Agee da voz al escepticismo, a la incredulidad: ¿cómo hemos podido dejarnos «atrapar» así; cómo hemos llegado a esta situación, a vivir «sin ayuda, sin esperanza»…? Agee confiere sentimientos reales a sus personajes, los colorea con lamentos descriptivos. La crueldad del dueño de las tierras queda reflejada en las risotadas de este al enterarse de que Agee disfruta con la «comida casera» de los arrendatarios. El plantador maldice al jornalero pobre y le tilda de «sucio hijo de puta» por jactarse de que no había podido llevarle a su familia una pastilla de jabón en cinco años. Una de las mujeres perteneciente a las familias campesinas resulta ser, en opinión del terrateniente, la «peor zorra» de esta parte del país (aventajada solo por su madre). Toda la panda era, según el propietario, «la escoria más arrastrada que pueda uno encontrarse».

Esta chifladura de Agee obedecía a un método. En su narrativa, extrañamente introspectiva y profundamente inquietante, el autor intenta obligar a los lectores a superar los clichés convencionales con los que se enjuicia al pobre. En lugar de instarles a atribuir toda la culpa a los propios desfavorecidos, Agee solicita a quienes recorren sus páginas que reconozcan su cómplice participación en la gestación del desvalimiento. Los pobres no son torpes ni lentos de entendederas, insiste, simplemente han interiorizado una especie de «anestesia» que les adormece y les impide reaccionar contra la «vergüenza y el ultraje que suponen las incomodidades, la inseguridad y la condición de inferiores» en que se les tiene sumidos. La clase media del sur es la que más debiera abochornarse, y sobre todo quienes pretenden excusar su propia insensibilidad e indiferencia con la muletilla de que «ya tienen “costumbre” de vivir así».

Pese a su ulterior éxito literario, lo cierto es que, en 1941, el incómodo texto de Agee tuvo una escasa acogida....

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