LA FIESTA, de Margaret Kennedy
En algo en lo que coinciden varios lectores a la hora de evaluar esta novela es en criticar la reseña con que la editorial da a conocer el libro, Tiene poco de novela de misterio, en mi opinion nada. Entroncarla con el genero de Agatha Christie no me parece acertado. Darle esa importancia a los siete pecados capitales como se anuncia en la contraportada me parece pasarse de frenada.
Kennedy escribió en esta ocasión sobre las costumbres sociales del pueblo inglés a raíz de un suceso. Una literatura endogamica, o como dentro de una burbuja social un tanto peculiar.
La fiesta es una novela rural escrita en 1950 pero ambientada tres años antes, en la costa de Cornualles, y cuenta la historia de un hotel reconvertido en casa de huéspedes que es como bajar un par de peldaños en calidad. La lleva la familia Seddal y por ella pasan distintas personas, generalmente familias que viven con las estrecheces muy marcadas por la guerra recién acabada. Estrecheces materiales porque viven de cupones de ropa y racionamiento alimentario de ropa. De hecho, se distingue bien quien come de sobra y quien con lo justo. Hay estrecheces en las costumbres de la época debido al fuerte clasicismo reinante donde se evalúan de reojo antes de abrir la boca para saber qué pueden esperar unos de otros. Estrecheces de cara al futuro porque todos los jóvenes quieren "ser Alguien" mientras que la mayoría de los adultos parecen enterrados en vida.
Me suelen gustar estas historias casi costumbristas pero muy dialogada, con chispa, porque son un buen reflejo de la época, más que una obra más alambicada y con mayores pretensiones artísticas porque no se aleja del pensamiento y la vida común de la gente, que discurre más a ras de tierra. Aquí, por ejemplo, de vez en cuando cae una pincelada de opinión política del momento, de sabiduría popular, de retranca al ironizar sobre un asunto, ese tipo de cosas que saltan en cualquier conversación. Tanto las conversaciones como el punto de vista del narrador tienen, además, su punto moralizante. Los personajes tienen por objetivo llegar al final del día con las necesidades cubiertas y el ánimo lo más arriba posible. Esto último es lo que más cuesta y cuenta en el conjunto de sumas y restas que se ejercen unos a otros a lo largo del día en este hotel. Porque menos Nancibel y Gerry (aunque esto es más opinable), el resto son una panda de estirados según sus posibilidades. Como lo que podrían ser en nuestros días unos pijos sin dinero, que ya es triste.
Hay tres temas que despuntan en las 445 páginas: la lucha de clases y el ascenso social, el sentimiento religioso de culpa, y las consecuencias de la segunda guerra mundial, porque las restricciones materiales que el gobierno impone, los sacrificios sufridos, condicionan muchas circunstancias de los personajes, son una sombra que oscurece las conversaciones.
La mayoría de ellos no parecen enteramente felices, más bien parecen ir asumiendo que, con la edad, es imposible serlo. Se manifiestan, o se culpan unos a otros, frustrados, reprimidos en sus deseos mas naturales. Para ellos madurar es enrocarse en posiciones defensivas aunque el costo de ello aumente cada año. Porque entre los azares de estos siete dias descritos, los personajes nos dan a conocer su propia historia, ya sea por el narrador omnisciente o por un arranque de sinceridad en una conversación.
En definitiva, una lectura muy relajante, de humor suave y amable a la vuelta de cada página. Se plantean diálogos sinceros, con espontaneidad, bien trenzados, y que nos dicen mucho de los personajes. La caracterizacion de cada uno de ellos, egoistas, iracundos, exasperantes, etc, completan un conjunto de personas de las que esperas un buen numero de chispas entre ellas. Eso es lo mejor del libro. A mitad de novela hay un ligero anticipo de como acabará todo, aunque desde el principio se sabe que esto no acabara bien.
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