UN RIO EN LA OSCURIDAD, de Masaji Ishikawa
Hay gente que vive peor que una mascota. Demasiados desgraciadamente, pero es que hay gente que, estando en la cárcel, vive también peor que una mascota, pero mucho mejor que Masaji Ishikawa, el autor de este libro. Lo facil seria echarle la culpa a la mascota, pero va a ser que no tiene la culpa. La culpa hay que buscarla en otro lado, aunque lo habitual sea culpar a la mascota.
Por suerte, Masaji es de las muy contadas personas que ha logrado escapar de ese infierno y nos lo ha contado. Ese infierno es Corea del Norte. El culpable.
Dice Masaji que él ha nacido 5 veces. Sin embargo, es mucho mayor el número de veces que este hombre se sintió muerto a lo largo de su vida. Ni aún para suicidarse por ahorcamiento tuvo suerte. Fallo en el intento desesperado. Por lo demás, sus primeros años hasta la adolescencia los pasó en Japón viendo las palizas de su padre coreano a su madre japonesa. En ese momento, con la guerra de Corea acabada, el gobierno norcoreano instigó la repatriacion de coreanos a ese país desde Japón, a donde habían llegado como esclavos años antes, durante el dominio japonés de esa parte de Asia. Lo que prometía el gobierno de Kim Il-Sun era y siempre fue algo peor que una mentira o un fraude: se vivía mejor en la Alemania nazi, aquello era un inmenso campo de concentración entre URSS y Corea del Sur. Cuenta con una policía que es parte de un estado criminal. Una vida al borde de la inanición, de las palizas del ejército, del insulto, tu madre que muere en la miseria, tu sobrino de tres meses de frío, hambre y enfermedad. La peor vida libre en Japón era mejor que eso, aunque ese punto escuece también al final del libro. Corea del Norte se describe como un estado que sabe sacar lo peor de cada persona, no su amabilidad, una palabra con un significado profundo en este relato.
Muchas de las decisiones tomadas en su vida fueron por pura desesperación. Estaban en el escalafón más bajo de la sociedad por ser retornados del extranjero, pero al ir sucumbiendo el horizonte económico del país con los años, resultó que algunos podían salir a ver a la familia en Corea del Sur o en Japón, o recibir de ellos dinero y regalos, siempre y cuando quedaran familiares como rehenes. Eran los años 80 y los antiguos retornados empezaron a ser socialmente bien visto. Pero nuestro hombre no tenía a quién acudir porque la familia de su madre, japonesa, había cortado esa relación.
Uno de los detalles llamativos es la evolución psicológica del padre del autor, un chulo pendenciero en Japón que en Corea se redime acosta de mucho sufrimiento.
En el 94 muere este hombre, llamado el Tigre, y para entonces las hambrunas en el país son un hecho silenciado en el exterior. Un desastre más, con la gente muriendo de hambre, lo que animó al autor a huir del país con una especie suerte y audacia tremenda. Cruzó el río que separa Corea del Norte de China, encontró amigos al otro lado y la embajada de Japón lo trasladó a su país natal 36 años después de salir de Japón. Era el 15 de octubre de 1996. A partir de entonces nunca más tuvo que luchar por sobrevivir, pero nunca recuperó a su mujer ni a sus hijos, que murieron de hambre y amargura. Masaji se quedó solo, sin hambre pero sin pertenecer a nada ni a nadie porque no se adaptó a la vida en Japón en el momento de escribir este libro, 2018.
La amargura siguió ahí.
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