HISTORIA DE LOS ABUELOS QUE NO TUVE, de Ivan Jablonka
En 2007 el autor, nacido en Francia, decidió indagar sobre sus ancestros polacos, principalmente sus abuelos, y pronto supo que ahí había material como para un libro. Se vale de recuerdos familiares, de cartas, de archivos públicos y de la memoria de otras personas semejantes para cubrir los huecos históricos en blanco.
Puesto que su familia quedó esparcida por el mundo con la llegada de políticos xenófobos al gobierno polaco antes de la IIGM, su memoria de los abuelos paternos es casi nula. Ante todo se pregunta por la personalidad de su abuelo, primero siendo un comunista frente a la tradición de sus padres y antepasados judíos, ante la comunidad hebrea y sus lazos culturales milenarios. También frente al sionismo de un lado y frente al gobierno polaco de otro. Pero la pregunta más temible es cómo aguantaba su convicción ideológica estricta frente a la represión gubernamental y la siguiente represión estalinista. ¿Fue un fanático más del soviet? ¿O se avergonzaron sus abuelos de las purgas?
La idea de conocer tus propios orígenes es normal, pero si intuyes que detrás hay una gran historia, puede ser apasionante. El autor persigue a sus abuelos y toda su pasión está volcada en descubrir por qué nunca llegó a conocerlos. La investigación lleva a dos lugares distintos en los que permanecieron esta pareja judía comunista y militante: la Polonia natal y el París de preguerra. Al ser gente muy común, y pobre, el autor encuentra lagunas en su historia. Conocer el ambiente en el que se movió este tipo de gente perseguida en su tierra y en Francia, y hacerlo con la vida de gente muy similar, nos sirve para conocer cómo vivían en la primera mitad del siglo XX europeo, y nos hacemos una idea de los datos que faltan de los abuelos. Finalmente, pese a sortear las redadas de las autoridades policiales francesas, caerán detenidos y desaparecerán definitivamente en Auschwitz.
El autor da multitud de datos. Los viejos se quedan, los jóvenes emigran, lo más cercano a Francia, pero muchos a Argentina o a Palestina. El gobierno polaco busca la manera de echarlos, y de vez en cuando sufren algún progromo del vecindario polaco.
El caso es que pasan por Francia, donde pese a las ayudas de grupos de izquierdas, el gobierno les niega el permiso de residencia. Aquí vemos las penurias, los encarcelamiento, las expulsiones, la mala vida de los judíos pobres, de los españoles exiliados o de cualquier otro refugiado político escondido de las autoridades francesas. Sin embargo, el autor viene a contradecir con datos y ejemplos los prejuicios que mantuvo la clase militar francesa del momento con respecto al valor de un soldado sirviendo a Francia en la legión extranjera. A pesar de poner en duda su valor y sinceridad, ellos fueron carne de cañón voluntaria y con una apresurada preparación, como su abuelo.
Siguiendo el modelo de sus progenitores, el autor se pregunta cómo sobrevivieron los niños judíos huérfanos, que redes de asistencia les ayudó, la infancia que vivieron, y cómo superaron la insidia de los delatores. Y por supuesto, la vida de aquellas personas que se la jugaron por ocultarlos en sus casas.
El libro acaba en Auschwitz, acompañando a cada uno de sus abuelos al crematorio después de evaluar las distintas posibilidades que tuvieron de sobrevivir dentro hasta ser incinerados. Es un final largo, muy emotivo, un homenaje a la humanidad no por ser judíos, sino por ser fundamentalmente buenos y buscar, hasta el sacrificio, un mundo mejor para todos. Incluso para gente como los sionistas, en las antípodas de la ideología de los abuelos de Ivan Jablonka
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