PLEGARIA EN EL ASEDIO, de Damir Ovcina
Plegaria en el asedio está concebido como un monumento al asedio de Sarajevo, desde que las milicias serbias empezaron a controlar muchos barrios y el contorno de la ciudad hasta la entrada de las fuerzas de la ONU a través de las IFOR, en febrero de 1996. Mientras, en aquellos años, el autor Damir Ovcina, como otros muchos, se vio atrapado por el asedio y enterándose, como poco, de muchas de las cosas que se detallan de la mano de su protagonista en el libro. Pero es que, además, no es solo una descripción del asedio desde dentro, está contado con mucho detalle desde la mirada de un adolescente bosnio musulmán (de etnia, no de confesion religiosa) que quedo atrapado sin esperarlo de un dia para otro, en lado equivocado, el serbio. Cristianos contra musulmanes. Aunque sea ficción en el libro, estas cosas pasaban. Veamos que cosas.
El relato, como fue la realidad de un conflicto que ya hemos olvidado muy temerariamente, se inicia un dia de abril de 1992. Un chaval de 17 años se va de su barrio en Sarajevo, llamado Drovinja, para ver a una amiga del barrio de Grbavica. No son barrios que separen etnias, ni mucho menos. Eran fruto del progreso dentro del modelo socialista de Tito. Ese día, los bosnios ocuparon Grbavica y el chaval quedó atrapado durante cuatro años. Ahí empieza una aventura nada envidiable. La línea del frente pasaba a pocos bloques de distancia desde el piso vacío que pudo ocupar, propiedad de unos familiares. Era un barrio de serbios, croatas y bosnios en su mayoría, pero unos se fueron viéndolas venir y a muchos otros se los llevaron. Quedaron pocos. De los personajes no se dan nombres, más alla de algun mote como el Búlgaro, un soldado del lado serbio que se dedica a extorsionar, violar y matar a toda esa gente que no es de su cuerda, es decir, que no es serbio ni les apoya. El chaval en seguida es fichado por las nuevas autoridades e ingresa en un grupo de trabajo: son presos que viven en el piso desalojado que pudieron elegir, o en su casa habitual. Forma parte de esa a la que se busca durante el día y se devuelve de noche a su "hogar", cada portal tiene un informante/vigilante. El chico tiene suerte al principio porque le toca un capataz que si valora que sean personas normales, civiles con mala suerte, y les procura seguridad dentro de los trabajos que les mandan: colocar sacos terreros en trincheras, desvalijar pisos, recoger y enterrar muertos fuera de la ciudad. Aquí hay encuentros con diversos tipos de nacionalistas serbios, los fanatizados, los oportunistas, los que preferirían pasar desapercibidos. Pero la seguridad de estos trabajadores forzados no siempre se puede asegurar. Aquí asistimos a la forma en que se mueven las milicas por el barrio, lo descontroladas que están. Es terrible, da miedo. Los choques armados van metiéndose en el barrio de la familia del chaval, donde vive su padre. Cada vez conoce a mas gente que recoge muerta, o que está robando en las casas, o encañonando a la gente. Posteriormente lo cambian de capataz y el trabajo es mucho más peligroso, en la línea de frente. No regresa a casa en dias. Los tiros zumban sobre su cabeza, los pisos de un edificio se comunican mediante boquetes en los tabiques, muchos pisos los desvalijan a petición de mujeres serbias que lo pagan con sexo a sus protectores del ejército serbio. El frente acaba sobrepasando el bloque de pisos de su padre, y entiendo que entre los muertos que recogen, puede estar él, creo que es único momento de emoción del personaje, casi llora. Después vuelve a trabajar con el capataz anterior un breve tiempo, más tranquilo, pero a este se lo llevan a Belgrado por ser demasiado blando. El caso es que escapa y se pasa el resto de la guerra, tras una breve huida, en los diferentes pisos de la comunidad de vecinos donde se refugiaba cada noche, sobre el piso de la novia a la que fue a ver cuando quedó atrapado, y que desde entonces le hace la vida mucho mas llevadera. El autor consigue que salve la vida con varias tretas aunque queda en Grvabica, tomada por los serbios, donde se esconde más de dos años en unos pisos desvalijados y arruinados, vacíos de gente excepto esa chica y su abuela. El guarda del portal con el tiempo desaparece.
Así pasa el largo tiempo, su mayor parte, hasta que Sarajevo se libera al final del libro.
Empezando el segundo tercio del libro, cuando está metido en la línea del frente todos los días, cerca del barrio del Aeropuerto, el protagonista empieza a levantar cabeza. No porque le vaya mejor, sino porque empieza a tomar conciencia de lo que está pasando a su alrededor y va tomando nota mentalmente de lo que ve y oye: las atrocidades de un sujeto al que llaman el Búlgaro, las historias de desaparecidos y violadas, las de secuestrados por medio de los que los buscan sin demasiada esperanza. Los robos, incautaciones, palizas a cualquier hora, pero siendo la noche el peor momento. Y, lo más llamativo, las excusas que se ponen los serbios para hacer estas cosas contra la población de origen otomano, de cultura musulmana. O los lamento de quienes se han visto atrapados en esta maquinaria del terror, los serbios atemorizados por serbios nacionalistas. Lo escribe y lo esconde en su refugio.
Hay asesinatos hasta el último día antes de la liberación, con las tanquetas de la ONU dando vueltas por el barrio. Al final todo acaba bien para el protagonista, se salva, y la chica que lo ha ayudado a sobrevivir cada noche y muchos dias tambien. Esa historia de adolescentes que la guerra convierte en adultos es muy bonita, ella le enseña ruso, y algunas otras cosas que quedan a la imaginacion del lector. Ese apoyo mutuo no solo humaniza el dia transcurrido, cuando se juntan al atardecer, sino que hace posible la espera de un futuro mejor. Por supuesto, se enamoran.
Pero este es un libro complejo cuya gestación comienzo al poco de acabar la guerra y que se publicó con éxito en 2016. Incluso ya cuenta con una segunda parte, con el mismo personaje 20 años después. No es un libro sencillo de leer. Trata de que sientas, a través del estilo, el miedo, la incertidumbre, las arcadas al descubrir a un muerto entre la basura tirada junto a los contenedores en la esquina de dos portales más allá del tuyo... Es un relato que no busca el tremendismo en las descripciones, pero, a poco que lo pienses, es duro. No hay muertes en directo apenas. Si mucha gente acojonada en sus casas, o implorando saber del destino de su marido o sus hijos a los zafios robagallinas que han ascendido dentro de las milicias serbias. Nunca se ve a un soldado profesional, no digamos a un oficial que se comporte como militar de carrera. La mirada es desde el lado bosnio al serbio que los tiene cautivos. Pero no se dice nada de lo que pasa al otro lado de la línea de combate, donde los bosnios tienen cautivos a los serbios, tampoco se dice que sean mejores. El chaval piensa muchas veces en escapar, pero no se decide nunca, así que no sabemos qué pasa al otro lado del combate. Todo los dias hay rafagas de metralleta, obuses cayendo sobre los tejados y haciendo temblar los edificios, disparos de francotiradores y gente cruzando agachada algunas calles a todo correr. Todo este conjunto de imágenes y sensaciones nos caen, como lectores, fraguadas en frases que transmiten sensaciones, descripciones de desorden, frío, calor, peligro, vacilaciones, miedo, luces y oscuridades de un sótano, pero no ideas acerca de la guerra, el sufrimiento humano, la injusticia, el peso de la historia. Seguramente es lo que escuchaba el chaval al sintonizar la radio serbia, la bosnia, la BBC, la Voz de América, la emisora francesa o la alemana. Del chaval solo sabemos cómo sobrevivir, refugiarse, no perder el control de la situación, como salir de una ejecución inminente, como vengarse de un asesino, como recoger comida, huir de los perseguidores, o ser sumiso y no mirar a los ojos de los locos que van buscando gente a la que asesinar por placer en medio de una ciudad en ruinas, donde se están llevando frigorificos, mesas y hasta lavabos y montandolos en coches cargados hasta los topes hacia una residencia más segura. Donde los coches abandonados se reaprovechan aunque les falten puertas, donde resuena el crujido de las cadenas de un tanque calle arriba y calle abajo. Donde se eleva el humo desde alguna ventana sin marcos. Donde los meses de espera entre cuatro paredes hay que llenarlos con algo (aquí el relato corre mas rapido). Aunque la biblioteca municipal y el colegio sigan funcionando, que hay gente para todo. Con una sintaxis casi telegráfica, abrupta, demostrando mucha tensión, esa con la que hay que vivir para responder inmediatamente a cualquier emergencia. No se dan nombres, no hay un personaje con nombre y apellidos a quien juzgar dentro del realismo total que se despliega ante nosotros. No es difícil adaptarse a este estilo, más cercano al fotografico que al lirismo. El autor pasó estos 20 años de escritura buscando la verosimilitud en sus recuerdos, en los de otros, visitando los lugares, viendo si era posible lo que planteaba hacer con su personaje. Y descubriendo que nadie quería contar nada de lo que sabía, cosas que implicaban a sus vecinos. Todo está muy reciente y cercano, sigue habiendo dinamita bajo los escombros. Muy lejos de moralinas (el chaval mata a 4 personas sin atisbo de remordimientos, hay que estar en su lugar), y alejado de hacernos conmover con los sentimientos de los protagonistas para llevarnos a una historia de buenos y malos, que es lo normal que nos encontramos con la mayoría de los autores.
En definitiva, se nos muestra un lado inusual de la guerra: no somos nosotros los que somos acompañados al frente. Es el frente quien llama a nuestra puerta, se presenta en nuestra casa, se cuela hasta la cocina, lo pone todo patas arriba literalmente. Algunos miembros de tu familia saltan por la ventana y no los vuelves a ver. Y el tio que ha entrado en lo más íntimo de tu vida para destrozarlo todo es uno que conoces, tu vecino de enfrente, ese que un dia pudo saludarte con la mano desde el semáforo o con el que intercambiaste unas palabras amigables hace cuatro años frente a un partido del Betis en el bar. Y te quedas tan paralizado que pasas mucho tiempo sin hilar las frases como quisieras, estás en un shock permanente, en una ratonera de la que no sabes cómo huir, pero en la que tienes que sobrevivir con lo que tengas más a mano. Casi 4 años. El peculiar estilo contribuye a comprender y sentir la vida enterrada bajo los escombros de la guerra, es parte de la narración. La única pega, tal vez, que algunos días se repiten, tal vez podría haber sintetizado ciertas experiencias muy parecidas en una sola, reducir las 735 páginas del libro. Por lo demás, un hallazgo.
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