MI DIA EN EL OTRO PAÍS, de Peter Handke
Libro este de tan solo 107 páginas y letra tirando a gruesa, de esos que dices que te lees en una sentada. Tal vez otros lo logren, pero a mi me ha llevado más tiempo porque, en mi opinión, es una pequeña novela que requiere de concentración, de una lectura demorada en lo que quiere decir este relato nada evidente. Es la imitación de la parábola del endemoniado de Gerasa, con las interpretaciones que Handke ha trasplantado de su historia personal a la conocida historia aportada por tres de los cuatro evangelistas (San Juan no lo cuenta). No sólo habla de las pocas cosas que le pasan al protagonista, sino de como vive en su interior, como le transforman las experiencias. Cómo cambia su mirada posada en cada persona, en cada objeto. Empieza, en una primera parte, como un tipo furibundo que no encaja en su pueblo, que se retira a vivir a las afueras, donde su hermana le ayuda.En la segunda parte todo cambia, se pasa al país de al lado como una persona transformada por el Buen Espectador, y sus percepciones de la realidad han cambiado después de ese encuentro. El caso es que parece una forma de interpretar, y quedar en paz (como hace el endemoniado de Gerasa), con su pasado. Un hombre como Handke (Premio Nobel de Literatura 2019), que se ha metido en un montón de los charcos de su tiempo, parece contarnos que ha aceptado la vida como viene para aceptarse a sí mismo. Por tanto, creo que tiene bastante de autobiográfico, pero utilizando una parábola para no entrar en detalles sino en el fondo del asunto. Aunque, por supuesto, es un texto que se ofrece a varias interpretaciones.
Hay un momento en que te dice claramente que su vida posterior es una representación, no una realidad última, y es cuando imagina comer con dos camioneros, que es la única forma de sentir hambre tras su paso a una vida nueva. ¿Qué significa esto? Muchas cosas. Que las cosas más humanas e instintivas, esas que nos salen sin pensar, son una representación más de la vida, en mi opinión, mientras transmitan vida de una forma trascendente, por ejemplo la idea de hambre (el hambre es consustancial, no lo puedes obviar, es necesario). Como dice en la página 74, "un Algo". Así es como habla también de las nubes y el cielo más adelante, o de la libertad y la felicidad, me resulta un lenguaje metafórico donde las frases frecuentemente encierran otras mas pequeñas que las condicionan desde dentro. Autor y protagonista parecen uno que acepta la realidad, aún la impuesta. Es un relato muy idealista, sin embargo.
Esa representación de la vida, en su propia vida hace que pueda ser tomado por el doble de otro en ese nuevo país, o por innumerables otros que él nunca imaginó ser antes de su encuentro con el Buen Espectador (el trasunto del mesías evangélico). Hasta el punto de sentirse algo de impostor. Es una figura que yo puedo identificar con la del endemoniado de Gerasa: ha descubierto una idea importante, un sentido nuevo de las cosas, pero él no es esa gran idea, sino su representación. Normal que, a veces, se sienta un impostor.
Llegados a la segunda parte, en la que recorre el país de enfrente como un hombre nuevo, sus pensamientos van desarrollándose, unidos a emociones que le provocan los sucesos que experimenta (como los saludos de la gente de este país), de manera que esa representación que ve (¿o imagina?), es la imagen de lo que le va pasando por la cabeza y nos transmite continuamente: "soñar despierto no tiene por qué ser un engaño". Otras veces experimenta una sensación de la que extrae una enseñanza: no buscar tesoros con la mirada, superar la niñez.
El protagonista tiene cierta tendencia a los aforismos que esquematizan una idea que aprende, una especie de ciencia de la madurez que te ahorra un montón de elucubraciones: "quien se alegra del día, se alegra del mundo". La mayoría de las veces no resultan de un significado evidente.
Finalmente encuentra una esposa tan rara como él. Tienen hijos, se hace un digno miembro de la comunidad como el que más, con sus tropiezos con esos vástagos. Es decir, perdió ese filo, la agudeza con la que experimentaba la vida, la saña con la que mostraba la versión más original y profunda de su naturaleza para pasar cómodamente como miembro integral del grupo. Es decir, echa de menos a aquel hombre que vivía en los arrabales porque no podía vivir entre los hombres. Aquel hombre tenía algo insustituible: la duda, el esfuerzo por comprender aunque no lo lograra, las discusiones, el ánimo insobornable. Esa es la lección.
Apenas conozco la obra de este autor, creo que en España no es muy reconocido. Pero ya había oído algunas grescas suyas, hace muchos años, en torno a la guerra de los Balcanes y otras cosas. Ha sido muy polémico. Y ahora, echando la vista atrás con este su último libro, parece comprenderse un impostor respecto de aquel escritor de agudo filo.
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