YO, COMANDANTE DE AUSCHWITZ, de Rudolf Höss
Autobiografía de uno de esos personajes, Rudolf Höss (1901-1947), de la historia universal de la humanidad al que llamar monstruo es demasiado fácil... pero casi es el único testimonio a ese nivel de responsabilidad que nos ha llegado. Estando condenado ya a muerte por un tribunal polaco, se puso a escribir estas páginas con la clara intención de mostrarse como era, a veces sin arrepentimiento, otras con él. Intentó dar pista de por qué era cómo era, sus orígenes, su educación política, sus experiencias sentimentales, etc. Una de las suertes de la presente edición es que, tanto Primo Levi en el prólogo como los editores, se encargan de poner algunas de esas historias que cuenta en su sitio valorando acertadamente aquello en lo que Höss se exculpa, o corrigiendo aquello en lo que directamente miente. Lo cual nos da una perspectiva más profunda de un sujeto pillado en sus propios argumentos falsos.Es un libro descriptivo y, a su manera, explicativo de lo que pasó. Empieza por su solitaria infancia, con un padre estricto al modo militar, una educacion catolica sin exteriorización de sentimientos y una presunta vocación para el sacerdocio impuesta por la familia que se tuerce ante la corrupción de la Iglesia que ve de crío y después en el frente de la I Guerra Mundial. Lo de no haber aprendido a mostrar sus sentimientos lo utiliza después para justificar que no mostrara la repulsa extraordinaria que sentía hacia el maltrato de los presos. De ahí pasa a algo tan salvaje como eran las Freikorps, la gente que quedó libre del derrotado ejército alemán y que se dedicaba a dar mucha guerra (literal) como si esta no hubiera acabado. Se lo puede ver en los paises balticos y otros frentes duros donde matar a quien se opusiera a sus violencias contra la población y la República de Weimar. Son un fenomeno historico del que no se habla mucho pero con una fuerte repercusión para crear aún más miseria y confusión en los países de Centroeuropa. El caso es que ahí conoció a Martin Bormann (1900-1945), por ejemplo. Esa aventura acabó con una condena de 10 años por matar a un hombre: es uno de los casos en que se le pilla mintiendo por la justificación que hace de no haber sido él, sino que le culparon. De ahí se fue con una de esas comunidades racistas, originadas en las ideas del Lebensreform, una cuadrilla de agricultores llamada Liga Artaman (una especie de retorno a la tierra idealizado), donde coincidió con otro integrante: Himmler. El mismo que lo sacó de ahí y lo hizo SS en 1934, aunque ya era miembro del NSDAP desde 1922. Empezó de cabo en Dachau.
Höss no quiere que se pierda "su sabiduría", la que empezó como prisionero, continuó como labrador y se afianzó en las SS en el sistema de campos de concentración y exterminio. Nos habla de los distintos tipos de reclusos y de los distintos tipos de carceleros SS. Hace una gradación en ambos grupos que va siempre de los malos a los buenos, identificándoles claramente. Luego está el origen de la importancia que da al trabajo recluso: Arbeit macht frei. Un lema que colocó sobre la puerta de entrada de los tres campos en los que trabajó: Dachau, Sachsenhausen y Auschwitz. Consideraba que el trabajo honrado y esforzado convertiría a los presos en buenos ciudadano (ciudadanos nazis, claro), obviando, como por otra parte confiesa, que ese trabajo fue concebido para matar a la gente. Que todo saliera mal parece que fue culpa de su jefe Eicke al fanatizar a los carceleros SS contra gente en parte inofensiva. Es decir, le parecía normal meter en prisiones o en el lager a gente sin juicio previo o a presos políticos (el mismo fue considerado preso político, y se sentía preso injustamente). Höss confiesa que ascendió siendo así de fanático. Aquí empiezan sus más fuertes ambigüedades confrontado con su oficio: a favor de los lager y de recluir a los enemigos del estado y otros presos comunes, pero no partidario de su tortura. Siempre se escuda en el ambiente de las SS, imposible ir contra él ni para abandonar este trabajo. Pero defiende, por ejemplo, la reclusión de homosexuales y testigos de Jehová. Explica cómo se los trataba en Dachau y Sachsenhausen. Luego vendrán los comunistas o rusos, los polacos, los judíos y los gitanos (estos últimos sus preferidos). Y también la versión femenina del conjunto, con el problema de los kapos. Despeja responsabilidades aduciendo que nadie seguía sus consejos, más moderados. Como el tema de los guardias con perros.
Siguiendo la lógica de Höss, que fue llamado para levantar Auschwitz, cada vez lo ampliaba más para mantener a más presos con la intención exclusiva de proveer el frente de guerra. A la vez señaló que las condiciones eran malas, tanto que se le moría la gente, y que no lo pudo remediar. Posteriormente llegó la eliminación de los comisarios políticos comunistas y la eliminación en masa de judíos, a lo que se hubiera opuesto si hubiese podido según él. En esto encuentran el Ziclon-B.
Muchas cosas llaman la atención de esta exposición de su vida: por ejemplo la preocupación por la situación carcelaria de los presos durante su condena de 10 años. Como si él no hubiera sido uno de ellos, sino un mero observador temporal. Es alguien que no va a aplicar esas supuestas observaciones humanitarias en su futuro empleo. Era uno de esos SS que no podía ver sin que le temblaran las piernas cómo se aplicaban los castigos que él mismo ordenaba. Eichmann, por lo que cuenta, tampoco. En general, nadie. Para eso estaban los más brutos entre los SS y el Sonderkommando.
A finales de 1943 pasa a supervisar los campos de exterminio, aportando otra visión de la ineficacia habitual. Pero los frentes de guerra avanzaban inexorablemente hacia el corazón de Alemania. Dado su carácter, era lógico que intentara buscar el orden dentro del desorden de continuas retiradas de tropas y reclusos. Aquí vuelve a aparecer como un ser con sentimientos humanitarios. Los británicos lo atraparon, y fue traspasado a los polacos, donde coincide con el famoso Amon Göth, el malísimo de La lista de Schindler. La población deseaba matarlos en cuanto pisaron tierra polaca; pasaron a custodia de gente con números de Auschwitz tatuados en el brazo.
En definitiva Höss parece un nazi de una sola pieza. más unido a Himmler que a Hitler. Un tipo que, ya condenado a muerte oficialmente cuando escribe, lamentaba las muertes violentas, que hubiera preferido otras formas de hacer las cosas por parte de los jerarcas, pero que acto seguido los justifica porque hay que obligar a la gente a pensar como le pide el estado. Las guerras, después de todo, son inevitables. El siempre adujo que le negaron en varias ocasiones ir al frente en lugar de dirigir campos de prisioneros. Pero está claro que una mente tan fiel al instinto nazi no podía caer en cualquier trinchera. Dan igual sus sentimientos: él estuvo allí para hacer posible que cientos de miles de personas inocentes murieran. Ve positivos los campos de concentración, la reclusión sin juicio previo, la eliminación de 'amenazas' internas y externas. Rechaza, solo durante su cautiverio antes de morir, el Holocausto porque no ha servido sino para enemistar a Alemania con el mundo y hacer más poderosa "la judería mundial". Cree sinceramente en las bondades del pensamiento nazi como para atraer a cualquier país europeo. Si uno lee lo que han encontrado los historiadores después de mucho estudiar los archivos y los testimonios, las cosas que Höss ordenaba eran para echarse a temblar... Por mucho que se queje de que nadie sabía apreciar su buen corazón, era un mal bicho.
El libro finaliza con varios apéndices muy interesantes dedicados a jerarcas nazis con los que trabajó. El primero describe el funcionamiento general de Auschwitz, de su ampliación, sus campos satélites, la operación de exterminio total, etc. El siguiente lo dedica a sus contactos personales con Himmler, y a como le veía Höss. Detrás viene Eichmann, el famoso nazi juzgado en Jerusalén, al que llegó a conocer bien. Le sigue Müller, o más conocido como Gestapo Müller, un tipo brillante, discreto y el que corta el bacalao en el tema de la seguridad del Tercer Reich: vamos, una víbora. El apéndice sobre Pohl dice que era el administrador jefe de las SS, es decir, el que organizó sus empresas, muy lucrativas, y sus presupuestos. El siguiente, Maurer, era el inspector, auditor y ejecutor de estos planes, muy eficaz. Le toca el turno a otro mal bicho, Globocnik, otro jefe de policía en Lublin y de las SS, que por muy incompetente que fuera atrapó a miles de judíos. Finalmente hay dos perfiles más, el de Eicke y el de Glücks, ambos dieron forma a lo que era un campo de concentración partiendo del primero de todos, Dachau. Eicke era el responsable del fanatismo de los guardas, y Glucks el de la incompetencia, en líneas generales según Höss.
El libro acaba con la sentencia del tribunal polaco del 2 abril de 1947 que envía a Höss a la horca.
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