COMO SE RECLUTABAN NUEVAS VIGILANTES PARA LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Marguerete Buber-Neumann
Para controlar a las diez mil detenidas, las SS precisaban cada vez de más vigilantes. A este fin Bräuning emprendió algunos viajes con el fin de reclutarlas. Por ejemplo, se trasladó a la fábrica de aviones Heinkel e hizo llamar a su presencia a las trabajadoras; con elocuentes palabras manifestó que se buscaba personal adecuado para un campo de reeducación, donde tendrían que desempeñar únicamente trabajos de vigilancia. Describió con vivos colores las encantadoras viviendas, la alimentación excelente y sobre todo el elevado sueldo que allí les esperaba.
Como era lógico, no utilizó en ningún momento la expresión «campo de concentración». Su artimaña no podía fallar, pues para cualquier operaría de la industria bélica era preferible, en lugar de un trabajo corporal duro y en condiciones desfavorables, el aceptar un cargo tan ventajoso como aquél. Después de cada uno de los viajes del director de la prisión preventiva, se presentaban a solicitar las plazas veinte o más obreras. Antes de recibir sus uniformes, de color gris, se presentaron a la vigilante jefe. En su mayor parte acudían pobremente vestidas, atemorizadas e intimidadas por la disciplina; muchas no se habían dado cuenta aún de la categoría de su misión. La Langefeld les dijo dónde tendrían que vivir, dónde podrían proveerse de sus uniformes y cuándo empezaban el servicio. Por la ventana se las veía caminar desorientadas, en grupos, asustadas ante el estado de las prisioneras. En algunas de ellas se operó una transformación definitiva después de uniformadas. La arrogancia que prestaban las botas altas hacía que las cosas fueran sustancialmente distintas.
Cada «nueva» fue adscrita a una vigilante experimentada, a la que tenía que acompañar por la mañana, cuando salían las columnas de trabajo. En los primeros días de su existencia como vigilantes, la mitad de ellas se presentaban llorando al cuarto de la vigilante jefe y pedían ser liberadas de sus obligaciones. Allí se les hacía ver claramente que solamente el director de la prisión preventiva o el comandante podían desligarlas, pero pocas se atrevieron a dar este paso. El temor de presentarse a un oficial y quizá ser tratadas groseramente las detenía; otras temían ponerse en ridículo al tener que volver a la fábrica; al mismo tiempo, esta ocupación, si bien desagradable, era menos fatigosa y estaba muy bien remunerada.
El comandante y el director de la prisión preventiva ponían al corriente de sus deberes a las nuevas vigilantes. Les describían a las detenidas como mujeres inferiores ante las que había que conducirse con todo rigor. También se insistió convenientemente sobre la importancia de su nueva misión, y no faltaron las advertencias para que respetaran las órdenes de servicio, amenazándolas principalmente con castigos si osaban mantener cualquier contacto personal con la escoria que constituían las detenidas en el campo de concentración. Cada dos días tenían lugar nuevas llamadas a las vigilantes y se les predicaba severidad y rigor. Desde entonces, su sociedad diaria eran las vigilantes mandonas, gruñonas y apaleadoras y no rara vez también las «detenidas instructoras» y prisioneras sucias, mal encaradas y serviles. En su tiempo libre, las nuevas vigilantes solían reunirse con miembros de las SS. Pronto se dieron cuenta de que las más feroces eran las que tenían más éxito con aquellos hombres, y se ufanaban ante ellos de sus proezas. Excepto la que conservaba un resto de principios morales, cualidad que al llegar a conocimiento de la dirección del campo dio lugar a su expulsión antes de los tres meses de haber llegado, las demás ofrecieron el triste espectáculo de igualarse en saña y crueldad a las vigilantes antiguas: a los quince días ya denunciaban y golpeaban a las detenidas por las menores faltas.
También se dio el caso de mujeres que, desde cualquier puesto de trabajo, eran enviadas a Ravensbrück en calidad de vigilantes. Esto ocurría por lo general cuando alguna había rehusado una o dos veces el cargo asignado; a la siguiente negativa se enfrentarían con una acusación judicial, por lo que tenían que claudicar. También se evitaba hablar de «campo de concentración».