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martes, 1 de septiembre de 2020

COMO SE RECLUTABAN NUEVAS VIGILANTES PARA LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Marguerete Buber-Neumann

COMO SE RECLUTABAN NUEVAS VIGILANTES PARA LOS CAMPOS DE EXTERMINIO. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Marguerete Buber-Neumann

    Para controlar a las diez mil detenidas, las SS precisaban cada vez de más vigilantes. A este fin Bräuning emprendió algunos viajes con el fin de reclutarlas. Por ejemplo, se trasladó a la fábrica de aviones Heinkel e hizo llamar a su presencia a las trabajadoras; con elocuentes palabras manifestó que se buscaba personal adecuado para un campo de reeducación, donde tendrían que desempeñar únicamente trabajos de vigilancia. Describió con vivos colores las encantadoras viviendas, la alimentación excelente y sobre todo el elevado sueldo que allí les esperaba.
    Como era lógico, no utilizó en ningún momento la expresión «campo de concentración». Su artimaña no podía fallar, pues para cualquier operaría de la industria bélica era preferible, en lugar de un trabajo corporal duro y en condiciones desfavorables, el aceptar un cargo tan ventajoso como aquél. Después de cada uno de los viajes del director de la prisión preventiva, se presentaban a solicitar las plazas veinte o más obreras. Antes de recibir sus uniformes, de color gris, se presentaron a la vigilante jefe. En su mayor parte acudían pobremente vestidas, atemorizadas e intimidadas por la disciplina; muchas no se habían dado cuenta aún de la categoría de su misión. La Langefeld les dijo dónde tendrían que vivir, dónde podrían proveerse de sus uniformes y cuándo empezaban el servicio. Por la ventana se las veía caminar desorientadas, en grupos, asustadas ante el estado de las prisioneras. En algunas de ellas se operó una transformación definitiva después de uniformadas. La arrogancia que prestaban las botas altas hacía que las cosas fueran sustancialmente distintas.

    Cada «nueva» fue adscrita a una vigilante experimentada, a la que tenía que acompañar por la mañana, cuando salían las columnas de trabajo. En los primeros días de su existencia como vigilantes, la mitad de ellas se presentaban llorando al cuarto de la vigilante jefe y pedían ser liberadas de sus obligaciones. Allí se les hacía ver claramente que solamente el director de la prisión preventiva o el comandante podían desligarlas, pero pocas se atrevieron a dar este paso. El temor de presentarse a un oficial y quizá ser tratadas groseramente las detenía; otras temían ponerse en ridículo al tener que volver a la fábrica; al mismo tiempo, esta ocupación, si bien desagradable, era menos fatigosa y estaba muy bien remunerada.
    El comandante y el director de la prisión preventiva ponían al corriente de sus deberes a las nuevas vigilantes. Les describían a las detenidas como mujeres inferiores ante las que había que conducirse con todo rigor. También se insistió convenientemente sobre la importancia de su nueva misión, y no faltaron las advertencias para que respetaran las órdenes de servicio, amenazándolas principalmente con castigos si osaban mantener cualquier contacto personal con la escoria que constituían las detenidas en el campo de concentración. Cada dos días tenían lugar nuevas llamadas a las vigilantes y se les predicaba severidad y rigor. Desde entonces, su sociedad diaria eran las vigilantes mandonas, gruñonas y apaleadoras y no rara vez también las «detenidas instructoras» y prisioneras sucias, mal encaradas y serviles. En su tiempo libre, las nuevas vigilantes solían reunirse con miembros de las SS. Pronto se dieron cuenta de que las más feroces eran las que tenían más éxito con aquellos hombres, y se ufanaban ante ellos de sus proezas. Excepto la que conservaba un resto de principios morales, cualidad que al llegar a conocimiento de la dirección del campo dio lugar a su expulsión antes de los tres meses de haber llegado, las demás ofrecieron el triste espectáculo de igualarse en saña y crueldad a las vigilantes antiguas: a los quince días ya denunciaban y golpeaban a las detenidas por las menores faltas.
Dorothea Binz y su 'placer malévolo' en el campo de Ravensbrück
   También se dio el caso de mujeres que, desde cualquier puesto de trabajo, eran enviadas a Ravensbrück en calidad de vigilantes. Esto ocurría por lo general cuando alguna había rehusado una o dos veces el cargo asignado; a la siguiente negativa se enfrentarían con una acusación judicial, por lo que tenían que claudicar. También se evitaba hablar de «campo de concentración».

miércoles, 19 de agosto de 2020

LAS ESCLAVAS DE LA COMPAÑÍA SIEMENS EN EL CAMPO DE EXTERMINIO DE RAVENSBRUCK. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Margarete Buber-Neumann

Margarete Buber-Neumann sufrió la represión de de los dos totalitarismo más representativos del siglo XX: el nazismo y el comunismo. A la derecho se la puede ver testificando a favor del desertor soviético Victor Kravchenko quien en su libro "Elegí la libertad" describe su vida dentro de la Rusia comunista y deja en evidencia las semejanzas entre el nazismo y el comunismo.
LAS ESCLAVAS DE LA COMPAÑÍA SIEMENS EN EL CAMPO DE EXTERMINIO DE RAVENSBRUCK. PRISIONERA DE STALIN Y HITLER, de Margarete Buber-Neumann
Los barracones de trabajo de la empresa Siemens habían sido construidos por prisioneros, y sólo desde hacía algunas semanas había sido puesto en funcionamiento el primero. Había unas cincuenta mujeres devanando carretes y montando relés. Antes de ser admitida al trabajo, cada prisionera tenía que probar su habilidad e inteligencia. Tenía que curvar un alambre en una forma determinada y doblar un papel según el esquema fijado. También era examinada su agudeza visual. El ingeniero Grade, que llevaba ya quince años al servicio de la empresa Siemens & Halske, seleccionaba cuidadosamente a las más aptas entre las que se le enviaban.
El trabajo estaba organizado de igual modo que en las fábricas Siemens de obreros libres. Las prisioneras bobinadoras y las montadoras de relés eran dirigidas y controladas por trabajadoras más antiguas. El jefe de esta «filial de Ravensbrück» era el ingeniero Grade. Aparte de esto, gobernaba cada barracón de trabajo una vigilante SS, como representante de las autoridades del campo de concentración.
Para cada prisionera se abrió una ficha con el apellido, nombre, fecha de nacimiento y profesión, y en la que se anotaban además los resultados de los exámenes y el puesto más adecuado. Cada prisionera tenía una tarjeta de salarios en la que se inscribía el trabajo realizado y el jornal por el trabajo hecho, que correspondía al de un obrero libre en la Siemens. Al final de cada semana se inscribía la suma de jornales y las horas de trabajo de tal modo que pudiera verse lo que ganaba cada operaría; naturalmente, ésta no recibía ningún dinero. La Siemens pagaba al campo de concentración todos los salarios de todas las esclavas. Por este sistema se averiguaba fácilmente qué prisioneras no alcanzaban los cuarenta peniques que tenían fijados por hora. Si se repetía esta negligencia recibía una reprensión severa de la jefe del taller; si esto no servía, se requería la intervención de la vigilante, quien extendía un parte que llevaba a la prisionera al calabozo o al bloque correccional. También se trabajaba horas suplementarias —según los casos, hasta cinco—, como una forma de trabajo forzado. Todo obra de la nombrada empresa Siemens; la que culminaba su tarea recibía unos vales de poder adquisitivo proporcionado al trabajo, que podían utilizarse como moneda en la cantina. Pero en los últimos años sólo se vendía sal y unas repulsivas empanadas de pescado.
Yo me ocupaba principalmente de la correspondencia del señor Grade con la dirección del campo de concentración. En este ingeniero civil había un malogrado gerifalte de las SS; no tenía el menor escrúpulo en denunciar a la vigilante las prisioneras con pocas ganas de trabajar y en exigirle que actuara. Cuando encontraba una prisionera, a su juicio inútil, no dudaba en ponerlo en conocimiento de las autoridades del campo. Para él era evidente que las reclusas no podían gozar de ningún derecho. Yo supe luego que el impulso principal de este celo era el deseo de hacer carrera y el miedo a la guerra. Mientras se le considerara indispensable, la empresa Siemens le reclamaría a su servicio.
Cada prisionera tenía un lugar de trabajo reservado. El espacioso barracón estaba dotado de una potente iluminación eléctrica. El trabajo de las mujeres consistía en bobinar, montar, ajustar, comprobar y embalar los relés que iban a ser utilizados en aparatos telefónicos y en dispositivos de lanzamiento automático de bombas. También se fabricaban interruptores y aparatos telefónicos. Para cualquiera de estos trabajos se requería un cierto grado de experiencia y el máximo de interés.
Las dictaduras de Hitler y de Stalin han demostrado que la industria moderna puede ser perfectamente desarrollada con esclavos; tan sólo hace falta no permitir que falten hombres ni materia prima. Los campos de concentración rusos, al igual que los alemanes, fueron instituidos para aislar a los enemigos del Estado, y ambos sistemas coinciden en su desprecio al individuo y en considerar lícita su utilización como esclavos.