QUIJOTE EN EL CONGO, de Xavier Aldekoa
Tras 20 años como periodista en África, Aldekoa se propuso navegar los 4.700 km del río Congo hasta el mar. Desde las fuentes del río hay un buen tramo de 300 km hasta que se hace navegable (entonces el rio se llama Lualaba), y de ahí tiene 600 km ininterrumpidos de navegación. Una distancia tan larga da para muchas aventuras y, en este caso, muchos estados de animo: el miedo a las bandas de rebeldes, a los ladrones, a las incertidumbres inherentes de un viaje donde nada esta atado hasta que te lo dicen unos minutos antes, me refiero a salidas de barcos, de autobuses, de vehículos particulares contratados. Y aun estos están sujetos a cualquier calamidad por el camino. De manera que si, se aprecia en la narración de Aldekoa la ansiedad que estas situaciones producen. Un viaje de placer no incluye estas cosas. Pero hay mejores ratos, como la belleza del paisaje, o la admiración por la gente que intenta sacar su vida a flote. Como digo hay muchos estados de animo en torno a este viaje. En realidad todos huimos de los peligros en cualquier viaje. Pero si viajas por el Congo, es lo que hay: o lo aceptas, o no vas. Por ejemplo, después del primer tramo navegable, viene el tramo sin ley, otros 500 km dominados por tribus rebeldes y armadas.
Una cosa que agradecí personalmente del comienzo es que confiese la tensión con la que vive los prolegómenos, los nervios, el miedo, aun antes de poner pie en África, es decir, ese hormigueo que ya te recorre el estómago desde casa. Eso se arrastra todo el viaje, y eso que la mitad de el fue con un acompañante, Sylvain, y el resto con otro amigo. A mi me pasa lo mismo, es invariable.
Cosas que te ponen nervioso: en una región de África castigada por el colonialismo, desde el belga al norteamericano, el que ocupa el lugar del "hombre del saco" para los habitantes es el chino: el que roba niños, el que te engaña y se lleva tu alma. El caso es que Aldekoa es continuamente confundido con uno de ellos porque, básicamente, es también de piel blanca. Apenas ve blancos durante el viaje, y por eso llamaba mucho la atención, en el peor caso, de bandas rebeldes, ladrones, secuestradores y varios agentes de policía.
Los medios de transporte no tienen horario, salen cuando se llenan, paran donde quieran y el precio es inusualmente alto por ser blanco. La policía y los militares son como garrapatas esperando engancharse a un extranjero para retenerle y poder ablandarlo para robarle.
Llevaba un cuarto de libro leído cuando el autor empezó el tramo terrestre del libro. El caso es que corresponde a un tramo de río no navegable y el autor decidió alquilar un par de motos, para él y su acompañante Sylvain que le traduce y le consigue tratos como los de estas motos con conductor. En determinados momentos el autor nos resume otro reportaje en otra zona del Congo, tres años atrás, donde, para poder contar la historia de dos niños de la guerra, convivió muchos días con los miembros de la banda a la que pertenecían. Una experiencia dura y un final en el que tuvieron que escapar corriendo por la selva al final para salvar el pellejo. Es un reportaje pequeño dentro de este gran reportaje. En Kasongo, a mitad de esta etapa, entrevista a un historiador congoleño acerca del pasado esclavista de la localidad que, tiempo atrás, acogió a Livingstone y Stanley. Porque Aldekoa conoce el país de viajes anteriores para hacer reportajes que nos relata aquí.
El viaje tiene más momentos de tensión: cuando se parte la cadena de la moto en medio de la selva y quedan a merced de cualquiera, el momento hormigas marabunta (cuantas décadas sin oír nombrarlas???). Si añadimos controles de política corruptos, tenemos un día de viaje en moto de lo más accidentado justo antes de llegar a la mitad del viaje, a Kisangani. Allí tiene grandes encuentros y grandes decepciones: sin duda el experto mundial en cirugía contra las agresiones sexuales Denis Mukwege es de lo más fuente. Es un congolés Nobel de la Paz.
En mi opinión, la experiencia más importante del viaje son los días a bordo del Mampeza. Consigue un pasaje algo más cómodo que el resto de viajeros que apenas tienen un hueco para sentarse de lo sobrecargado que va. El viaje, con todos tan arrimados, saca a la luz una especie de metáfora del país: el capitán sobrecarga peligrosamente el barco, mete carga de contrabando, es un corrupto benévolo. La gente lo pasa fatal, pero es una opción más para llegar a la capital y progresar. Hay robos, intimidación, hay gente divertida, hay buena gente, y con todos habla Aldekoa. Incluso cuando baja en según puerto y recuerda como trabajan las maderera chinas (un saqueo), o conversa con un ex militar, combatiente de las dos últimas guerras. En mi opinión, esta fase es de lo mejor del libro porque se roza, literalmente, con un universo de gente que, de otra manera, no habría confiado en el de esa manera o le habría dado la espalda.
Después viene el tramo de Kinsasa a Matadi por tierra a causa de las cataratas del río de nuevo. Y después, hasta el mar
En resumen, el viaje descrito tiene mucho de salir corriendo de situaciones conflictivas y de todo lo contrario, es decir, de disfrutar con la visión de una naturaleza estupenda y relajante. Hay, por tanto, poco conocimiento transmitido en conversación con la gente en gran parte de la lectura, y la mayoría de lo que nos transmite es por viajes anteriores al Congo, y multitud de lectores previas. Lo que nos cuenta es muy físico, más vivaz que reflexivo. Es que no parece fácil ganarse la confianza por el temor al extranjero, y sobre todo al blanco. Una excepción es cuando va a ver a la tribu de los wagenyas, 'los dueños del rio Congo", y la estupenda excepción son las semanas a bordo del Mampeza. El blanco es tratado como fuente de desgracias o fuente de dinero. Injusto o no, el rastro de la historia aún está caliente.