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viernes, 20 de septiembre de 2019

LA RELACIÓN BEATLES--ROLLING STONES. VIDA, de Keith Richards

LA RELACIÓN BEATLES--ROLLING STONES. VIDA, de Keith Richards 

    "Además teníamos montada una especie de sociedad de admiración mutua: Mick y yo admirábamos sus armonías y su capacidad para componer, y ellos nos admiraban por nuestra libertad de movimientos y nuestra imagen, y querían unirse a nuestro rollo. La verdad es que la relación con los Beatles fue siempre muy buena y a la vez muy astutamente planteada, porque en esos días los singles salían cada seis u ocho semanas y tratábamos de organizamos para no coincidir. Recuerdo a John Lennon llamando para decir: 
—Nosotros todavía no hemos acabado de mezclar.
—Pues nosotros tenemos uno listo ya. 
— Entonces salid vosotros primero."

viernes, 31 de mayo de 2019

RICHARDS Y EL BLUES. VIDA, de Keith Richards

RICHARDS Y EL BLUES. VIDA, de Keith Richards 

    "...Básicamente, vivíamos para eso y, por aquel entonces, era muy poco probable que ninguna tía nos desviara de nuestro objetivo, que siempre era algo así como escuchar lo último de B. B. King o Muddy Waters.
(...)
    Era una gira europea. Muddy Waters salió al escenario con su guitarra acústica y se puso a tocar los típicos tenías al estilo del delta del Misisipi: media hora en el cielo; luego hubo un descanso y cuando volvió a salir venía con la eléctrica y el grupo entero enchufado… ¡prácticamente lo echaron del escenario con tanto abucheo! Pero él siguió, igual que un tanque, algo parecido a lo que había hecho Bob Dylan en el Albert Hall un año antes. El caso es que el ambiente era hostil, y ahí fue donde comprendí que en realidad la gente no escuchaba la música, que sólo les interesaba formar parte de una especie de club de selectos eruditos. Muddy y su grupo tocaron de maravilla, la banda era excepcional, me parece que llevaba a Junior Wells, y a Hubert Sumlin también. Pero, para aquel público, el blues sólo era blues si alguien salía al escenario con un peto azul y cantaba sobre la parienta que lo había abandonado. Ninguno de aquellos puristas del blues sabía tocar ningún instrumento, pero sus negros tenían que ser negros de verdad, de los que dicen a todo «sí, señó» y van con peto vaquero cuando, en realidad, son tíos de ciudad y no pueden estar más en la onda. eléctrica con todo aquello? Eran las mismas notas, sólo que tocadas un poco más fuerte y con un poco más de contundencia. Pero no, según los puristas «eso es rock and roll, ¡que no me joda!». Lo que querían era una foto fija, no se enteraban de que, escucharan lo que escucharan, siempre iba a ser parte de un proceso, que siempre iba avenir de algún sitio e iba a evolucionar hacia otro. 

    En aquellos tiempos, las pasiones se desataban con mucha facilidad: no eran sólo los mods contra los moteros, o el odio que nos tenían los tradicionalistas del jazz (que se sentían amenazados) a los roqueros… Se montaban unas micropeleas que hoy resultarían increíbles..."

miércoles, 1 de mayo de 2019

LOS INICIOS DE LOS ROLLING STONES. VIDA, de Keith Richards

LOS INICIOS DE LOS ROLLING STONES. VIDA, de Keith Richards 


    "Lo único que nos interesaba en este mundo era que no nos cortaran la luz y cómo mangar unas cuantas cosas del supermercado. Las mujeres, realmente, ocupaban el tercer puesto de la lista. Electricidad, comida y luego, ¡oye, igual tenías suerte y pillabas! Necesitábamos trabajar juntos, necesitábamos ensayar, necesitábamos escuchar música, necesitábamos hacer lo que queríamos hacer. Era una obsesión. No teníamos nada que envidiarles a los monjes benedictinos. Y cualquiera que se alejara del nido para echar un polvo (o intentarlo) era un traidor. Se suponía que tenías que dedicarte en cuerpo y alma a estudiar a Jimmy Reed, Muddy Waters, Little Walter, Howlin’ Wolf, Robert Johnson. Ésa era nuestra verdadera misión, y cualquier minuto que le quitaras era poco menos que un pecado. Vivíamos en ese ambiente, con esa actitud. Las mujeres que había más o menos cerca quedaban ciertamente en la periferia. Era increíble el empuje que tenía el grupo (Brian, Mick y yo), estudiábamos sin descanso aunque no en el sentido académico, más bien era cuestión de atraparlo intuitivamente. Pero luego advertimos, como muchos otros jóvenes, que el blues no se aprende en un monasterio: tienes que salir al mundo para que te rompan el corazón (a poder ser varias veces), y luego vuelves y entonces sí que puedes cantarlo. En aquellos días lo estábamos asimilando en un plano puramente musical y olvidábamos que aquellos tipos, de hecho, cantaban sobre su vida. Primero tienes que vivirlo y luego quizá puedes cantar sobre ello. Yo pensaba que quería a mi madre, pero me marché, y ella seguía lavándome la ropa; y me rompieron el corazón, pero no inmediatamente porque todavía seguía sin tener ojos más que para Lee Mohamed."


martes, 23 de abril de 2019

ROY ORBISON. VIDA, de Keith Richards

ROY ORBISON. VIDA, de Keith Richards

    "¡El increíble Roy Orbison! Era uno de esos tejanos que pueden con todo, incluida su propia vida sembrada de tragedias: pierde a sus hijos en un incendio y a su mujer en un accidente de tráfico; en lo personal, nada le fue bien al gran O, pero no puedo pensar en un caballero más amable, ni en una personalidad más estoica. Tenía un talento increíble para crecerse pasando de su escaso metro setenta a convertirse en un coloso de dos metros cuando se subía a un escenario. Era increíble verlo. Igual venía de haberse pasado el día al sol, rojo como un cangrejo y en pantalones cortos y nosotros estábamos por allí tocando la guitarra, charlando, bebiendo y fumando y nos decía: «Toco en cinco minutos». Ya por curiosidad, nos asomábamos a ver el número que abría el espectáculo y… era impresionante: el que salía al escenario era un tipo completamente transformado que parecía haber crecido por lo menos treinta centímetros en presencia y control de la situación y el público. Hace un minuto estaba en pantalón corto, ¿cómo lo hacía? Es una de las cosas más impresionantes de subirte a un escenario: que entre bastidores igual sólo eres un colgado, pero en cuanto se oye el «damas y caballeros» o el «con todos ustedes», ya eres otra persona."

lunes, 15 de abril de 2019

CUANDO KEITH ENCONTRÓ A MICK. VIDA, de Keith Richards

CUANDO KEITH ENCONTRÓ A MICK. VIDA, de Keith Richards 

    "Mi tía me la dio (la carta) cuando todavía vivía, en 2009, y en esa carta hablo, entre otras cosas, de mi encuentro con Mick Jagger en la estación de Dartford en 1961. Escribí la carta en abril de 1962, sólo cuatro meses más tarde, cuando ya andábamos juntos intentando aprender cómo se hacía.

   C/ Spielman n.º 6 Dartford, Kent
   Querida Pat:
   Siento mucho no haberte podido escribir antes (alego demencia en mi descargo) poniendo vocecilla de moscardón. Salida de las tablas por la derecha en medio de estruendosa ovación.
   Espero que estés muy bien.
   Hemos sobrevivido a otro glorioso invierno inglés. Me pregunto qué día llegará el verano este año.
Pero, cariño, de verdad que noooo heeeee paraaaaado desde Navidades, además de tener que ir a clase. Ya sabes que me encanta Chuck Berry desde hace tiempo y creía que era el único que lo conocía en un radio de varios kilómetros a la redonda, pero hace poco, una mañana, en la est (es para no tener que escribir entera una palabra tan larga como estación) de Dartford, estaba esperando el tren con un disco de Chuck en la mano cuando se me ha acercado un tío que conocía de la primaria y resulta que tiene todos los discos de Chuck Berry, del primero al último, y todos sus colegas los tienen también, y a todos les gusta el rhythm and blues, me refiero al R&B de verdad (no la mierda de Dinah Shore, Brook Benton y compañía): Jimmy Reed, Muddy Waters, Chuck, Howlin’ Wolf John Lee Hooker y todo el material del bueno de los músicos de blues de Chicago. Maravilloso. Bo Diddley también, otro de los grandes.
   Total, que el tipo de la estación (que se llama Mick Jagger) y todos sus colegas (tíos y tías) se reúnen los sábados por la mañana en el Carousel, un garito con máquina de discos. Una mañana de enero pasaba por allí y se me ocurrió entrar a ver si estaban. Todo el mundo fue muy enrollado conmigo, en cuestión de un rato ya me habían invitado a diez fiestas, y además Mick es el mejor cantante de R&B a este lado del Atlántico, y lo digo en serio. En resumidas cuentas: yo toco la guitarra (eléctrica) al estilo de Chuck, y nos hemos buscado uno que toca el bajo y un batería, y otra guitarra para marcar más el ritmo, y estamos practicando dos o tres noches por semana. ¡NO SABES QUÉ MARCHA!
   Claro que todos están podridos de dinero y viven en unas casas inmensas, es de locos, hay uno que hasta tiene mayordomo. Un día fui a casa de Mick con él en coche (en el de Mick, claro, no en el mío) ¡JODER, QUÉ DIFÍCIL ES ESCRIBIR COMO ES DEBIDO!
—¿Desea algo más el señor?
—Un vodka con lima, por favor.
—Sí, señor, se lo traigo enseguida.
Te juro que me sentí como si fuera un lord o algo así, a punto estuve de pedir que me trajeran la corona cuando me marchaba.
Por aquí todo sigue bien.
El problema es que no puedo desengancharme de Chuck Berry: hace poco me compré un LP suyo, lo pedí directamente a Chess Records Chicago y me costó menos de lo que se paga por los discos aquí en Inglaterra.
Claro, por aquí todavía nos quedan los viejos presidiarios, ya sabes: Cliff Richard, Adam Faith y esos dos nuevos que son la bomba, Shane Fenton y John Leyton. EN TU VIDA HABRÁS OÍDO UNA COSA IGUAL … A excepción del seboso Sinatra, ja ja ja ja ja ja ja ja ja.
En cualquier caso, aburrirme no me aburro. Este sábado voy a una fiesta de las que duran toda la noche.
I looked at my watch It was four-o-five. Man I didn’t know If I was dead or alive.
Chuck Berry en «Reeling and a Rocking».
12 galones de cerveza, 1 barril de sidra, 3 botellas de whisky, vino. Mamá y papá fuera todo el fin de semana… Voy a estar de fiesta hasta que el cuerpo aguante (me complace decir).
El próximo sábado Mick y yo vamos a llevar a un par de tías a nuestro club favorito de Rhythm & Blues en Ealing, Middlesex.
Actúa un tío con la armónica eléctrica que es la leche: Cyril Davies, fantástico, siempre medio pedo, sin afeitar, toca como un loco, maravilloso.
Bueno, ya no se me ocurre nada más con lo que aburrirte, así que me despido, queridos telespectadores UNA SONRISA DE OREJA A OREJA
Y un beeeso Keith xxxxxxx
Quién si no iba a escribir una mierda de carta así.

    ¿Fue amor a primera vista? Si te metes en un vagón de tren con un tío que lleva bajo el brazo la grabación de Chess Records del Rockin’ at the Hop de Chuck Berry y The Best of Muddy Waters también, cómo no va a ser amor a primera vista, si el tío tiene en casa el tesoro del pirata Henry Morgan, las movidas auténticas. Yo no tenía ni idea de cómo hacerme con nada de eso. Ahora caigo en la cuenta de que ya me lo había encontrado una vez antes, delante del ayuntamiento de Dartford, un verano que él estuvo trabajando de heladero. Por aquel entonces debía de tener unos quince años, fue justo antes de que se marchara de la escuela, debió de ser unos tres años antes de que montáramos los Stones porque mencionó que a veces le daba por ponerse a bailar por allí al son de Buddy Holly y Eddie Cochran. Cuando lo dijo caí: aquel día que le compré un helado de chocolate; no sé, igual era un cornete… Me acojo a la prescripción del delito. Y luego no lo volví a ver hasta ese día profético en la estación.

   Y el tío iba con todo aquel material debajo del brazo. «¿De dónde coño has sacado todos esos discos?». La cuestión, siempre, eran los discos, desde que tenías once o doce años, el gran tema era quiénes tenían los discos y con ésos era con los que andabas. Los discos eran un tesoro. Yo, con suerte, podía comprarme dos o tres singles cada seis meses...
(...)

   Mick había visto tocar a Buddy Holly en el Wollwich Granada, ésa fue una de las razones por las que me pegué a él como una lapa; y porque tenía muchos más contactos que yo; ¡y porque la colección de discos de aquel tío era la leche! Yo no estaba nada metido en el mundillo musical por aquel entonces, comparado con Mick, en cierto sentido era un paleto de tomo y lomo. El en cambio tenía controlada la movida de Londres, estaba estudiando económicas en la London School of Economics y conocía a gente de todos los pelajes. Yo ni tenía dinero ni sabía un carajo de nada, como mucho llegaba a leer titulares («Eddie Cochran actúa con Buddy Holly») en revistas como New Musical Express. ¡Joder, cuando sea mayor me voy a pillar una entrada! Pero claro, todos estiraron la pata antes.

   Después de aquel encuentro, casi inmediatamente empezamos a quedar, y Mick cantaba y yo tocaba y «¡oye, pues no suena mal!». Además no era un esfuerzo: no teníamos a nadie a quien impresionar excepto a nosotros mismos y no nos interesaba impresionarnos… Yo estaba aprendiendo. Al principio conseguíamos un disco nuevo, de Jimmy Reed por ejemplo, nos aprendíamos los acordes (yo) y la letra (él) y sencillamente diseccionábamos las canciones hasta donde eso fuera posible:

—¿Va así?

—¡Pues sí, mira por dónde!

   Y además nos divertíamos. Creo que los dos sabíamos que estábamos aprendiendo, y eran cosas que queríamos aprender y aquello era diez veces mejor que ir a clase. Me imagino que en aquellos tiempos lo que nos movía era la fascinación, el misterio de cómo se haría, de cómo era posible que sonara así, aquel incontrolable deseo de que nuestro sonido molara tanto como aquél. Y luego conocías a un grupo de tíos que estaban en lo mismo y a través de ellos a otros músicos y a más gente, y empezabas a creerte que se podía conseguir.

   Mick y yo debimos de pasar un año mientras se gestaban los Stones (e incluso antes) buscando discos por todas partes..."

viernes, 15 de marzo de 2019

JAGGER Y RICHARDS, INTERCAMBIO DE PAREJAS. VIDA, de Keith Richards

JAGGER Y RICHARDS, INTERCAMBIO DE PAREJAS. VIDA, de Keith Richards

    "No soy un tipo demasiado celoso. Ya sabía de dónde venía Anita: había estado con Mario Schifano, que era un pintor famoso, y con otro tipo que era marchante en Nueva York. Nunca tuve intención de atarla en corto. Aquello abrió una brecha considerable entre Mick y yo, pero sobre todo por parte de Mick, no por la mía. Y probablemente para siempre. 
    A Mick no le dije nada en relación con Anita y decidí esperar a ver en qué acababa todo. No era la primera vez que competíamos por una mujer, había ocurrido incluso con algún ligue pasajero estando en la carretera. «¿Quién se va a llevar a ésa? ¿Quién es el Tarzán por aquí?». Era una pelea de machos alfa. Todavía lo es, la verdad. Pero, claro, eso no sienta una base muy sólida para la amistad, ¿verdad? Podría haber montado un buen numerito con ella por todo aquel tema, ¿pero qué sentido tenía? Estábamos juntos. Yo pasaba mucho tiempo en la carretera y me había vuelto demasiado cínico con el rollo ese. Me refiero a que yo se la había robado a Brian y podía suponer que Mick se la tiraría bajo la dirección de Donald Cammell. Dudo que hubiese ocurrido de no ser por Cammell. Pero ¿sabes?, mientras tanto yo me estaba tirando a Marianne, tío. Vaya lo uno por lo otro. De hecho, un día tuve que abandonar la casa de forma bastante abrupta cuando se presentó el titular. Fue sólo esa vez: tórrido, mucho sudor. Estábamos allí echados, envueltos en lo que Mick llama el resplandor de después en «Let Me Down Slow», yo tenía la cabeza entre esas dos peras maravillosas, y en esto que oímos el coche: levántate de un salto, carreras por la habitación buscando la ropa… Tuve que salir por la ventana: agarré los zapatos, salté por la ventana y me largué por el jardín, pero entonces me di cuenta de que me había dejado los calcetines. Bueno, Mick no es de los que se pone a buscar calcetines. Marianne y yo todavía bromeamos con eso, me manda mensajes: «Sigo sin encontrar tus calcetines».
   Anita es de las que juegan arriesgando, y todos los jugadores la cagan en una apuesta de vez en cuando. Por aquel entonces, el concepto de statu quo estaba terminantemente prohibido para ella, todo tenía que cambiar. Y además no estábamos casados, éramos libres, lo que sea. Eres libre siempre y cuando me mantengas informado. En cualquier caso no se lo pasó demasiado bien con el pequeño picha floja: me consta que tienes unos cojones como una piano, pero con eso no basta para estar a la altura, ¿verdad que no? No me sorprendió, en realidad me lo esperaba, por eso estaba aquel día en casa de Robert Fraser escribiendo I feel the storm is threatening my very life today "


lunes, 11 de marzo de 2019

VIDA, de Keith Richards

VIDA, de Keith Richards 

    "Por aquel entonces, no paraba de absorber música de aquí y de allá, aunque sin saberlo. Inglaterra era un país envuelto en niebla, sí, pero es que además la niebla también se instalaba entre las personas: no se mostraban las emociones, la verdad es que en general se hablaba poco y, cuando se hablaba, era alrededor de las cosas, con códigos y eufemismos… Había cosas que no se podían decir, ni siquiera aludir a ellas. Todo aquello era todavía el poso de la era victoriana y quedaba maravillosamente reflejado en las películas en blanco y negro de los sesenta como Sábado noche, domingo mañana y El ingenuo salvaje. La vida era en blanco y negro; el tecnicolor estaba a la vuelta de la esquina pero en 1959 todavía no había llegado. Y, aun con todo, la gente quiere llegar al otro, al corazón del otro, por eso existe la música: si no eres capaz de decirlo, cántalo. No hay más que escuchar las canciones de aquella época: tremendamente mordaces por un lado y románticas por otro, y que intentaban decir cosas que no se podían decir en prosa ni sobre el papel: «Hace bueno. Ya son las siete y media y el viento ha parado. PD: Te quiero». 

    Doris era diferente porque, igual que a Gus, le encantaba la música. A los cuatro o cinco años, al acabar la guerra, yo ya escuchaba a Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Big Bill Broonzy, Louis Armstrong. Era una música que simplemente me llegaba, era lo que escuchaba todos los días porque era lo que ponía mi madre en la radio. Creo que habría acabado descubriéndola yo de no haber sido el caso, pero mi madre me entrenó el oído para tirar siempre hacia el barrio negro de la ciudad sin ni tan siquiera saber que lo estaba haciendo. Yo entonces no tenía la menor idea de si los cantantes eran blancos, negros o verdes pero, al cabo de un tiempo, si tienes un mínimo de oído musical, acabas notando la diferencia entre «ain’t That a Shame» cantada por Pat Boone y «ain’t That a Shame» cantada por Fats Domino. No es que Pat Boone fuera malo, de hecho cantaba muy bien, pero sonaba artificial, tenía poca profundidad, en cambio la versión de Fats era tan natural… A Doris también le gustaba la música de Gus, que solía recomendarle que escuchara a Stephane Grappelli, al Hot Club de Django Reinhardt (esa maravillosa guitarra de swing) y a Bix Beirderbecke. A ella le gustaba el swing tirando a jazz. Unos años después, le encantaba ir a escuchar a Charlie Watts al club de jazz de Ronnie Scott. 

    Tardamos mucho en tener tocadiscos así que, en casa, casi toda la música la oíamos en la radio, sobre todo en la BBC; mi madre era una maestra del dial. Había algunos artistas británicos buenísimos, tipos que tocaban en las orquestas de baile del norte y actuaban también en programas de variedades. Muy buenos. No eran precisamente mancos. Si había algo bueno por ahí, mi madre lo descubría. Así que me crié en ese ambiente buscando sin descanso música nueva. Ella siempre opinaba sobre quién era bueno y quién era malo, hasta cuando estaba conmigo. Tenía oído para la música, mucho oído. A veces oía cantar a alguien y comentaba «aulladora», cuando a todos los demás les parecía una soprano excelente. Esto era antes de que hubiera televisión. Crecí escuchando música realmente buena, incluyendo también un poco de Mozart y Bach de música de fondo, aunque en su día no entendí nada, pero aun así fue calando. Puede decirse que era una auténtica esponja musical, y además me fascinaba ver a la gente tocar: si había alguien tocando en la calle, indefectiblemente acababa acercándome, o me ponía al lado del pianista en el pub, donde fuera. Mis oídos lo iban asimilando todo, nota por nota. No importaba si desafinaban o no: había notas musicales, había ritmo y armonías, y todo eso empezaba a dar vueltas en mi cabeza. Era algo muy parecido a una droga. De hecho, era una droga mucho más potente que el caballo: el caballo siempre lo puedes dejar, la música no. Una nota lleva a la otra y nunca sabes exactamente qué viene después, y tampoco quieres. Es como caminar por una bellísima cuerda floja. 

    Creo que el primer single que me compré fue «Long Tall Sally» de Little Richard, una canción fantástica, incluso hoy. Las buenas, con el tiempo se hacen mejores. Pero la que me hizo despegar de verdad, la que fue como una explosión en medio de la oscuridad, la oí en Radio Luxemburgo una noche que estaba escuchando música en un transistor pequeñajo que tenía, cuando se suponía que ya estaba en la cama y dormido: «Heartbreak Hotel». Esa fue la que me dejó sin palabras. No la había oído nunca antes, ni esa canción ni nada parecido. Jamás había oído hablar de Elvis. Fue casi como si hubiera estado esperando a que ocurriera algo así. Cuando me desperté al día siguiente era otra persona; de repente, había tanto que escuchar que me abrumaba: Buddy Holly, Eddie Cochran, Little Richard, Fats… Radio Luxemburgo era conocida por lo difícil que era no perder la señal: yo tenía un trasto pequeño con antena y me pasaba las horas dando vueltas por la habitación con la radio pegada a la oreja mientras movía la antena, y todo eso sin hacer ruido porque si no iba a despertar a mis padres. Si conseguía tener buena señal, entonces me podía meter en la cama con la radio, dejando la antena fuera para moverla de vez en cuando si hacía falta. Se suponía que tenía que estar durmiendo; se suponía que tenía que ir al colegio a la mañana siguiente… Ponían muchos anuncios de James Walker («sus joyeros de confianza a la vuelta de la esquina») y también de las casas de apuestas irlandesas, con las que Radio Lux tenía algún tipo de acuerdo. La señal era perfecta durante los anuncios… «Y ahora vamos a escuchar a Fats Domino cantando “Blueberry Hill”» y… ¡joder, se iba la señal! 

    Y también ponían cosas como «Since My Baby Left Me». Era el sonido, eso fue el detonante: fue el primer rock and roll que escuché en mi vida y era completamente diferente, en la manera de interpretar; era un sonido totalmente distinto, descarnado, calcinado, nada de gilipolleces; ni violines ni coros femeninos ni sensiblerías; era completamente distinto, desnudo, iba directamente a unas raíces que sospechabas que estaban ahí pero que todavía no habías escuchado. Tengo que quitarme el sombrero ante Elvis por eso. El silencio es el lienzo en blanco, el marco, sobre lo que trabajas; y no tratas de ahogarlo. Eso fue «Heartbreak Hotel» para mí: la primera vez que oía algo tan profundamente marcado. Así que no pude evitar ponerme a investigar sobre lo que había estado haciendo aquel tío antes. Por suerte me quedé con el nombre porque la señal de Radio Luxemburgo volvió justo a tiempo: «Hemos escuchado a Elvis Presley interpretando “Heartbreak Hotel”». ¡Joooder! 

    Hacia 1959 (yo tenía quince años), Doris me compró mi primera guitarra..."


miércoles, 6 de marzo de 2019

JOHN LEE HOOKER. VIDA, de Keith Richards

JOHN LEE HOOKER. VIDA, de Keith Richards 

    "...no lo captas con la cabeza sino con las entrañas, es algo que va más allá de la musicalidad (que al final es muy variada y flexible), y hay muchos tipos de blues. Está el blues más ligero y el de la ciénaga, y en el de la ciénaga es fundamentalmente donde me siento como en casa. No hay más que escuchar a John Lee Hooker: toca de una forma poco menos que arcaica, la mayoría de las veces pasa de los cambios de acorde, los sugiere más que los toca acordes de ese otro músico cambian pero los de él no, él no se mueve. Y además es algo implacable. Y la otra cuestión fundamental (aparte de la voz y el sonido feroz de la guitarra) era el acompañamiento rítmico con el pie, como una serpiente gigante que se acercaba reptando. Siempre llevaba un bloque rectangular de madera para amplificar el golpeteo del pie. Bo Diddley era otro al que le encantaba tocar sólo un acorde elemental, todo en un acorde, y lo único que cambia es la voz y la manera de tocar. De todo esto, la verdad es que sólo aprendí más mucho tiempo después. Por otro lado, las voces tenían mucha fuerza, en especial las de Muddy, John Lee, Bo Diddley… No cantaban muy alto necesariamente, pero eran voces que venían de muy adentro, todo el cuerpo cantaba, la voz no salía del corazón sino de un lugar más hondo todavía, de las entrañas. Eso siempre me impresionó. Y por eso hay mucha diferencia entre los cantantes de blues que no tocan y los que sí, ya sea el piano o la guitarra, porque éstos tienen que desarrollar su propio código de llamada y respuesta: cantas y entonces tienes que tocar algo que responda o que plantee otra pregunta, y luego resuelves; eso hace que los tiempos y el fraseo cambien. En cambio, si eres un cantante solista te concentras en cantar y en la mayoría de los casos es mejor, pero a veces se produce una especie de divorcio entre la voz y la música."

lunes, 4 de marzo de 2019

LA LOCURAS DE LAS FANS. VIDA, de Keith Richards

LA LOCURAS DE LAS FANS. VIDA, de Keith Richards 

    "La lujuria pura y simple lo empapaba todo; no sabían qué hacer con ella, pero de repente te encuentras con que el blanco eres tú. Era un delirio. Una vez abiertas las compuertas, la corriente era imparable y hubieras tenido más oportunidades de salir con vida de un río infestado de pirañas porque se habían ido más allá de donde en realidad pretendían estar, habían perdido el norte. Aquellas tías se agolpaban allí abajo, sangrando, con la ropa desgarrada, las bragas meadas… Y al final lo asumías como el pan nuestro de cada día. Ese era el verdadero bolo. Podría haber sido cualquiera y no necesariamente nosotros, la verdad, porque les importaba un carajo que lo que yo pretendía fuera ser un músico de blues.

    Para un tío como Bill Perks, cuando de repente se abre semejante panorama ante ti, resulta increíble; una vez lo pillamos en la carbonera con una tía, debíamos de estar en Sheffield o en Nottingham: parecían dos personajes sacados de Oliver Twist; «Bill, que nos piramos ya». Los encontró Stu. ¿Qué vas a hacer, a esa edad, si resulta que las quinceañeras de todo el país han decretado que eres «lo más»? La oferta era increíble: seis meses antes no habría conseguido echar un polvo ni a tiros, habría tenido que pagar.
(...)
    El imponente poder de las mocosas de trece, catorce o quince años que van en grupo se me ha quedado grabado a fuego. Estuvieron a punto de matarme. Nunca he temido más por mi vida que por culpa de ellas: si caías en medio de una multitud de chiquillas enloquecidas, te estrangulaban, te rasgaban la ropa… Cuesta trabajo explicar lo terrorífico que podía llegar a ser Hubieras preferido estar en una trinchera que tener que enfrentarte a aquella oleada criminal e imparable de lujuria, deseo o lo que sea (no lo saben ni ellas). La policía salía por patas y te quedabas solo frente a aquella explosión de emociones descontroladas.

    Creo que fue en Middlesborough donde no conseguí subirme al coche (un Austin Princess): yo intentando entrar y aquellas zorras haciéndome trizas. El verdadero problema es que consigan echarte la zarpa, porque no tienen ni idea de qué hacer entonces. Aquella vez casi me estrangulan con un collar: una se puso a tirar de un lado, otra del otro, y las dos tirando y chillando «Keith, Keith» y de paso ahogándome. Por fin conseguí alcanzar con la mano la puta manilla de la puerta, pero me quedé con ella en la mano… Y aun así arrancan a toda velocidad y me dejan allí tirado con la manilla en la mano. Ese día me dejaron en la estacada. Se ve que al conductor lo venció el pánico: los demás ya estaban dentro del coche y él no tenía la menor intención de aguantar más tiempo en medio de aquella turbamulta, así que me abandonó a mi suerte dejándome en manos de las hienas. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el callejón de la entrada de artistas del teatro (por lo visto la policía había tomado cartas en el asunto) porque me había desmayado, llegó un momento en que se me habían apagado las luces, las tenía por todas partes («y ahora que he caído en vuestras garras, ¿qué vais a hacer conmigo?»)."

lunes, 25 de febrero de 2019

RICHARDS Y VACLAV HAVEL. VIDA, de Keith Richards

RICHARDS Y VACLAV HAVEL. VIDA, de Keith Richards

    "Al final de la gira Steel Wheels liberamos Praga, o ésa fue la impresión que tuvimos. Pedrada en el ojo de Stalin. Hicimos un concierto allí Al poco de la revolución que puso fin al régimen comunista. «Se van los tanques, llegan los Stones», era el titular. Fue un gran golpe organizado por Václav Havel, el político que se había puesto al frente de Checoslovaquia sin derramamiento de sangre unos meses antes, una jugada maestra. Los tanques se marchaban y ahora iban a tener a los Stones Nos alegró mucho ser parte de todo aquello. Tal vez Havel sea el único jefe de Estado que ha hecho (o al que pueda imaginar haciendo) un discurso sobre el papel que desempeñó el rock en los marchaban y ahora iban a tener a los Stones Nos alegró mucho ser parte de todo aquello. Tal vez Havel sea el único jefe de Estado que ha hecho (o al que pueda imaginar haciendo) un discurso sobre el papel que desempeñó el rock en los acontecimientos políticos que llevaron a la revolución en los países del Este. Es el único político de cuyo trato me enorgullezco. Un tipo encantador. Tenía en el palacio un gigantesco telescopio metálico apuntando a la celda donde había estado encerrado seis años: «Todos los días miro un rato para ayudarme a solucionar los problemas». Le iluminamos el palacio presidencial: ellos no se lo podían permitir, así que le pedimos a Patrick Woodroffe, nuestro gurú de los focos, que iluminara el inmenso castillo. Patrick lo organizó todo, le montó una iluminación tipo Taj Mahal. Luego le dimos a Václav un mando a distancia adornado con la lengua del grupo. Fue caminando por todo el palacio encendiendo luces, y de repente las estatuas cobraron vida. Parecía un niño apretando aquellos botones y exclamando «¡uau!». No te ocurre muy a menudo que conozcas al presidente de un país y pienses: «¡Vaya, me encanta este tío!»."

domingo, 10 de febrero de 2019

¿POR QUÉ ESCRIBO CANCIONES? VIDA, de Keith Richards

¿POR QUÉ ESCRIBO CANCIONES? VIDA, de Keith Richards 

    "¿Qué es lo que te mueve a escribir canciones? En cierto sentido, quieres tocar el corazón de otra gente, quieres plantarte ahí, o por lo menos sacar un eco cuando esas otras personas se convierten en un instrumento mucho mayor que el que estás tocando tú. Llegar a otra gente acaba siendo una obsesión. Escribir una canción que se recuerde y se lleve en el corazón supone un momento de reconocimiento, de pararse a ver qué pasa con el otro. Es como un hilo por el que todos estamos unidos, una puñalada al corazón. A veces pienso que el que estás tocando tú. Llegar a otra gente acaba siendo una obsesión. Escribir una canción que se recuerde y se lleve en el corazón supone un momento de reconocimiento, de pararse a ver qué pasa con el otro. Es como un hilo por el que todos estamos unidos, una puñalada al corazón. A veces pienso que componer va de tensar las fibras sensibles todo lo que se pueda sin provocarle a nadie un infarto."