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jueves, 2 de agosto de 2018

THE WHO EN WOODSTOCK. WHO I AM, de Pete Townshend

THE WHO EN WOODSTOCK. WHO I AM, de Pete Townshend 

   Volamos hasta Nueva York, y de ahí fuimos en coche a Woodstock.
  Los Who debíamos tocar el segundo día de festival, los últimos por detrás de Sly and the Family Stone y Janis Joplin. Alguien sugirió que, debido a problemas en las carreteras, era conveniente salir pronto hacia el enclave del festival. Karen y yo decidimos que la niña necesitaba calma y silencio, de modo que iría yo solo. Me puse las Doc Martens y el mono blanco, y nos subimos a una limusina. El chófer nos dijo que los helicópteros habían cesado su actividad cuando la empresa se dio cuenta de que no iba a cobrar. Las orejas de Wiggy despertaron como antenas. Era el encargado de recaudar nuestros honorarios.
  Nos llevó noventa minutos recorrer tres kilómetros por un camino tan embarrado que, a veces, debían empujarnos los asistentes. El camino estaba plagado de coches y motos desparramados, algunos con tiendas en su interior y otras pertenencias. Parecía como si la gente hubiera huido de un ataque aéreo. John y Keith se comportaban de modo extraño: no habíamos pasado más que quince minutos en el hotel y ya habían pillado droga.
  La escena que nos recibió en la zona del backstage era horrenda. Toda el área de aparcamiento era un cenagal espeso y gelatinoso, que había cubierto al personal técnico hasta las cejas en su penoso vaivén entre el lodo. Al salir del coche, resbalé y me hundí hasta las rodillas.
  No había camerinos, así que entramos en una tienda que disponía de una máquina de agua caliente, sobres de té, café instantáneo y un termo de café. Me serví y a los pocos minutos me di cuenta de que habían echado ácido en el agua. Estaba bastante diluido, pero cuando el viaje de baja intensidad empezó a dejarse notar, veinte minutos después, vi una foto de Meher Baba colgada en un poste telegráfico. Fue un instante hermoso. Por entonces, la imagen era ubicua: un Meher Baba joven, guapo, con el pelo largo, a la manera de Cristo. Lo vi como una señal de que todo iba a salir bien.
  Y entonces sucedió una tragedia. Mientras miraba la foto, un joven, descalzo y descamisado, completamente fuera de sí, saltó al techo de una ambulancia aparcada bajo el poste telegráfico y se puso a trepar ágilmente por él, unos diez metros. Al tocar la foto, pegó un grito y se precipitó de espaldas, aterrizando sobre la ambulancia. El poste telegráfico era, de hecho, del tendido eléctrico. Los servicios sanitarios se apresuraron a atender al joven inconsciente. Cuando acudí a la tienda de primeros auxilios para informarme, fue como adentrarme en el plató de la película M*A*S*H. Estaba repleto de literas donde yacían jóvenes que habían pillado un mal viaje, algunos heridos, y principalmente niños aterrados.
  Fuera de la tienda vi las caras de John y Keith que observaban desde la ventanilla trasera de un monovolumen y saludaban risueños; luego supe que sus pollas andaban metidas en las bocas de dos chicas.
   Me encaminé solo hasta el margen del prado donde se concentraba la mayoría del público. Se decía que más de un millón de personas había venido a Woodstock, y parecía como si la mitad de esa cifra anduviera desparramada por la colina. La luz se iba atenuando mientras me adentraba en una escena de bosque encantado: hadas desnudas bailando entre los árboles, camellos con bandejas de porros ya confeccionados, secantes de ácido, hachís, hierba y papel de liar.
  Mientras cruzaba el bosque aparecí en la explanada por donde se esparcía la mayoría de los campistas. Miles de ellos estaban sentados escuchando la música que resonaba de la colina desde el escenario, como en un anfiteatro natural. El sistema de sonido no estaba mal, pero tampoco estaba concebido para cubrir un área de aquella extensión. En ocasiones, alguien trataba de captarme o engatusarme; podía ser un alma perdida en pleno viaje, sonriente y cordial, o un chaval pasado de vueltas, como el del poste, exigiendo dinero o drogas, amenazador, que luego se piraba corriendo entre risas como un espíritu del bosque.
   El clímax de aquella noche fueron Sly and the Family Stone, que habían espoleado a la multitud a un cenagoso frenesí con el tema «I Want to Take You Higher». Más que ácido, probablemente estaban tomando coca: la música era apremiante, oscura y potente. En aquel momento, a primera hora de la mañana, Janis Joplin estaba acabando su bis, «Ball and Chain», que coronaría aquella última parte antes de entrar nosotros. En Monterrey había estado fabulosa, pero aquella noche no estaba en su mejor forma, debido probablemente al prolongado retraso y, probablemente también, al alcohol y heroína consumidos durante la espera. Pero, incluso en una noche floja, Janis era increíble.
    A medida que se acercaba nuestro turno, me preocupaba perder el efecto de las luces escénicas. Le pregunté a alguien a qué hora iba a salir el sol. Mientras disponíamos nuestro equipo y empezábamos a tocar, algunos de los asistentes empezaron a frotarse los ojos y a incorporarse de sus sacos de dormir. Como de costumbre, yo andaba aporreando como un poni desbocado, tratando de mantener afinada la Gibson SG y jugueteando sin parar con los amplificadores.
    El técnico de luces había elegido focos blancos para Roger, de modo que su melena rizada parecía arder como fuego dorado. Cantaba con los ojos muy cerrados. De pronto alguien apareció a sus pies con una cámara cinematográfica. Roger casi trastabilló, así que empujé al intruso al foso de la prensa frente al escenario. Resultó ser Michael Wadleigh, que filmaba el documental que sancionaría la leyenda definitiva de Woodstock.
   Más vulnerable que de costumbre, Roger se movía de un modo que parecía apelar a algo más hondo. El revoloteo con el micro y sus poses míticas sugieren frustración y dolor, al tiempo que el sudor le daba cierta pátina angelical como retratada por un maestro del Renacimiento. Por el contrario, John y Keith aparecían relajados. Habían tomado ácido y confraternizado con un par de más que amigables fans, y la cosa se notaba. Pero como músicos avezados que eran, podían seguirme perfectamente.
   Cuando empezamos a tocar «Acid Queen» me metí en mi personaje: me imaginaba como el gitano desalmado que había prometido a Tommy sanarle de su condición autista, pero que era en verdad un monstruo sexual y recurría a las drogas para doblegarlo. Mientras me dirigía al micro, alguien se plantó ante mí, intentando detener la música. Era Abbie Hoffman: «Todo esto es una puta mierda», gritó al micro, agitando los brazos frente al público. «Mi amigo [el poeta de Detroit] John Sinclair está en la cárcel por un porrillo y…». No fue más allá.
   Mientras yo seguía con la intro de «Acid Queen», sintiéndome perverso, le pegué con el clavijero de la guitarra para apartarlo. El extremo de una de las cuerdas debió lastimarle la piel porque reaccionó como si lo hubieran picado, y se retiró a sentarse de piernas cruzadas a un lado del escenario. Me perforaba con la mirada, y le sangraba el cuello.
   Terminé la canción y me acerqué a él.
   —Lo siento —dije.
   —Jódete —replicó, y abandonó el escenario.
   Siempre me mostraba absurdamente territorial con nuestro espacio escénico. Puede que aquello lo hubiera mamado de niño con la banda de mi padre, los Squadronaires; sea cual fuera el motivo, el escenario era sacrosanto.
   Para cuando tocamos «I’m Free», la mayor parte del público estaba en pie. Casi sin darnos cuenta, Roger se había puesto a cantar «See me, feel me, touch me, heal me» ante oleadas de jóvenes que sintonizaban con Tommy como música concebida, sin saberlo, para aquel tipo de festival, para aquel momento particular, para ellos. En un momento dado, Keith gritó: «¡Santo Dios, Pete! ¡Basta!». Yo me ensimismé en un largo solo de guitarra con acople, al tiempo que el cielo por detrás de la colina empezó a palidecer con las primeras luces del alba. Pletórico pero fatigado, golpeé varias veces la guitarra contra el suelo, la arrojé a la audiencia y los Who nos volvimos a Londres.
   Tenía que pasar algo de tiempo antes de que nos diéramos cuenta de que nuestra actuación en Woodstock —que podría fácilmente no haber existido— nos iba a aupar al Olimpo del rock americano, donde íbamos a permanecer un año tras otro, hasta entrado el siglo XXI. Todos los que habían acudido a Woodstock disfrutaron de sus músicos preferidos. Muchos que no estuvieron sentían de verdad como si hubieran estado. Woodstock —una puta mierda según el parecer de dos gruñones que estuvieron sobre el escenario: Abbie Hoffman y yo— acabó representando una revolución para los músicos y los amantes de la música. Hoy en día se celebran cuatrocientos cincuenta festivales musicales al año sólo en Gran Bretaña. Woodstock devino un modelo para lo que podían ser estas concentraciones. Y fue el documental maravillosamente montado de Mike Wadleigh lo que consolidó su legado para siempre. Hasta el barro se veía bonito.



lunes, 2 de julio de 2018

WHO I AM, de Pete Townshend

WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Tocamos R&B: «Smokestack Lightning», «I’m a Man», «Road Runner», y otros clásicos con garra. Ante el micrófono, sigo rasgando sin parar la aullante guitarra Rickenbacker, luego le doy al interruptor que instalé para que chisporrotee y acribille la primera fila con ráfagas de sonido. La arrojo al aire con violencia y siento un estremecimiento repentino mientras el sonido se degrada de un rugido a un estertor: miro hacia arriba y veo el cuerpo fracturado de la guitarra, mientras la extraigo del agujero practicado en el techo bajo.
  En ese momento tomo una decisión repentina, y en un frenesí demente vuelvo a arrojar una y otra vez la guitarra contra el techo. Lo que antes era una simple fractura, ahora es un astillado estropicio. Sostengo la guitarra ante el gentío con gesto triunfal. No la he machacado: la he esculpido para ellos. Despreocupado, arrojo la guitarra hecha añicos al suelo, agarro una Rickenbacker nueva de doce cuerdas y prosigo el espectáculo.
  Aquel martes por la noche di con algo más potente que las palabras, algo más emotivo que mis tentativas de chico blanco por tocar blues. Y como respuesta recibí la unánime aclamación del público. Algo así como una semana más tarde, en el mismo local, me quedé sin guitarras y derribé la pila de amplificadores Marshall. Poco amigo de quedar en segundo plano, Keith Moon se sumó a la fiesta pateando su batería. Roger empezó a raspar el micrófono contra los platillos quebrados de Keith. Algunas personas contemplaron la destrucción como un ardid publicitario, pero yo sabía que el mundo estaba cambiando y estábamos mandando un mensaje. La vieja manera, convencional, de hacer música ya nunca iba a ser la misma."

viernes, 29 de junio de 2018

PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend

PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend 

    "Me recuerdo con la chaqueta de ante y la Rickenbacker, saliendo de las entrañas de la tierra en la parada de Piccadilly, y sintiendo que no había otra cosa en el mundo que deseara hacer. Era un músico de R&B con un bolo apalabrado. Era una gran aventura y yo rebosaba de ideas. En mis cuadernos dibujaba camisetas Pop-Art, utilizaba medallas, galones y la bandera nacional para ornar chaquetas que luego me pondría. En aquellas sesiones del Marquee sentí, al igual que muchos asistentes, que el fenómeno mod ya era algo más que un estilo: se había convertido en una voz, y los Who éramos su gran medio de expresión."

martes, 26 de junio de 2018

LA JUVENTUD INGLESA DE POSGUERRA. WHO I AM, de Pete Townshend

LA JUVENTUD INGLESA DE POSGUERRA. WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Sin duda, yo debía lidiar con problemas psicológicos que mis amigos más cercanos y colegas de grupo no compartían. Yo sufría una honda vergüenza sexual a raíz de mis tratos con Denny, a pesar de que había relegado los detalles fuera del alcance del recuerdo. ¿Por qué debería sentir vergüenza una víctima de abuso infantil? Sigo sin tener la respuesta a esa pregunta, pero la causa puede estar en nuestra tendencia a cargar con las culpas cuando somos niños. Quizá obedezca a la pretensión de que tenemos cierto grado de control sobre nuestras vidas, ya que aceptar lo contrario podría volvernos locos.
  En aquella época no tenía idea de cuántas personas debían lidiar con sentimientos parecidos. En los años de la inmediata posguerra en Gran Bretaña había tantos críos que habían experimentado traumas terribles que resultaba habitual cruzarse con jóvenes tremendamente confundidos. La vergüenza conducía al secretismo; el secretismo, a la alienación. De todos esos sentimientos brotaba en mí la convicción de que los daños colaterales infligidos a los que crecimos en la posguerra debían confrontarse y expresarse a través de todas las formas populares de arte; no sólo de la literatura, de la poesía o del Guernica de Picasso. También de la música. En el camino hacia la verdad, el buen arte no puede más que desbaratar la negación.
  Con los Who sentía que tenía la posibilidad de crear una música que se convirtiera en parte de la vida de los demás. Más que el modo en que nos vestíamos, nuestra música daría voz a todo lo que necesitábamos expresar: como grupo, como pandilla, como hermandad, como sociedad secreta, como subversivos. Yo veía a los artistas del pop como espejos de su audiencia, que desarrollaban maneras de reflejar y decir la verdad sin miedo.
  Con todo, yo tenía más claro el medio que el mensaje. Dios mediante, esperábamos no acabar cantando sobre enamoramientos o incurables añoranzas. Así pues, ¿qué cabía decir?
  Había encontrado un sonido nuevo. Ahora necesitaba las palabras."

miércoles, 23 de mayo de 2018

CARTA DEL PETE ADULTO AL PETE DE 8 AÑOS. WHO I AM, de Pete Townshend

CARTA DEL PETE ADULTO AL PETE DE 8 AÑOS. WHO I AM, de Pete Townshend

"¿Y qué pasó con aquel hermano menor dentro de mí? La carta que le escribí al Pete de ocho años sigue siendo una de las afirmaciones más importantes de mi vida. «Recuerda —le dije— que los malos sentimientos que a veces experimentas, te ayudan a ser más fuerte, más capaz y empático ante el dolor que otros puedan sentir. Tienes buen corazón y vas a salir de ésta. La vida puede ser dura, y de hecho te va a resultar duro aceptar lo maravillosa que es la vida que te tocará vivir. Ello se debe a que no sientes que te lo merezcas».
Eres inteligente. Lamentablemente, no ejercitarás tu cerebro tanto como deberías. Tu amor propio es deficiente, y caerás en fases de pereza que te mantendrán algo estancado. Tienes una gran imaginación, y eso puede bastarte en cierto sentido. Pero debes tener cuidado y tratar de respetar los hechos. No puedes simplemente inventarte aquello que no has conseguido aprender. Tu fracaso académico ha sido una parte fundamental del motor que impulsa tu inspiración artística.
Cuando tu madre te critica o desdeña por tu aspecto, sólo está comunicando cómo se siente consigo misma. Siente que su madre debió de tener algún motivo para abandonarla. Pasarás por una adolescencia extraña, pero eres un chico adorable, encantador. Trata de recordar que no todo en la vida puede ser perfecto. Cometerás errores. Es inevitable. No eres feo ni malo; sólo lo serás cuando te comportes de mala manera.
Disfruta de la vida. Y cuidado con lo que deseas; recuerda que puede que lo consigas."

viernes, 18 de mayo de 2018

JIMI HENDRIX. WHO I AM, de Pete Townshend

JIMI HENDRIX. WHO I AM, de Pete Townshend 

   "Ver tocar a Jimi en sus primeros conciertos también me planteaba un reto como guitarrista. Jimi tenía los dedos ligeros y experimentados de un concertista de violín; era un auténtico virtuoso. Aquello me recordaba a papá y sus prácticas incansables: todo el tiempo que pasaba para alcanzar un nivel en que la velocidad de la interpretación pareciera difuminar las notas. Pero había algo más en Jimi: había abrazado el blues con el gozo trascendente de la psicodelia. Era como si hubiera descubierto un nuevo instrumento en un mundo nuevo de impresionismo musical. En el escenario desplegaba todo ese poderío y virilidad, pero sin atisbo de violencia.
   Era un intérprete hipnótico. Dudo un poco al describir lo extraordinario que era verlo actuar, porque no quisiera que sus legiones de jóvenes fans sintieran lo que se han perdido. Todos nos hemos perdido algo. Yo me perdí a Parker, Ellington y Armstrong. Y si uno no vio a Jimi en vivo, sin duda se perdió algo muy, muy especial. Verlo en carne y hueso evidenciaba que se trataba de algo más que un gran músico. Era un chamán, al tocar parecía que un brillo luminoso y colorido emanara de las puntas de sus dedos largos y elegantes. Cuando fui a verlo tocar, no tomé ácido, ni fumé o bebí, de modo que puedo informar en honor a la verdad de que obraba milagros con la Fender Stratocaster, que tocaba invertida (Jimi era zurdo).
  Después de ver a Jimi en vivo, me costaba disfrutar de las grabaciones, que palidecían en comparación. Las excepciones eran «All Along the Watchtower» y «Voodoo Chile», ambos temas de una sesión de 1968. Eddie Kramer había sido el ingeniero de sonido de todos los discos de Jimi, pero las sesiones de Electric Ladyland fueron las primeras, en Nueva York, donde Jimi y Eddie sintetizaron aquella sonoridad etérea indefinible con que los poderes chamánicos de Jimi podían expresarse finalmente en vinilo."

martes, 24 de abril de 2018

ROGER DALTREY. WHO I AM, de Pete Townshend

ROGER DALTREY. WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Roger Daltrey había sido expulsado por fumar, pero seguía apareciendo sin reparos para visitar a sus colegas. Conocí a Roger después de que éste le ganara una pelea en el patio a un niño chino. Las tácticas de Roger durante la riña me parecieron ruines, y cuando protesté, se encaró conmigo y me forzó a retractarme. A partir de entonces, solía verlo al pie de Acton Hill, cargado con una exótica guitarra eléctrica blanca que se había hecho él mismo. Normalmente andaba con Reg, un amigo al que conocía de la infancia, y que llevaba un amplificador VOX de quince vatios. Cosa seria.
  Estaba fuera de la clase hablando con el tutor del último curso, el temible señor Hamlyn, cuando Roger apareció contoneándose con su indumentaria de teddy boy: el pelo peinado en un tupé a lo grande y los pantalones tan ajustados que lucían cremalleras en las costuras. El señor Hamlyn saludó a Roger con la cansina paciencia de quien sabe que sería inútil interrogarle por aparecer en una institución que no quería saber nada de él. Hasta su expulsión, Roger había sido un buen alumno, y creo que Hamlyn lo respetaba a regañadientes.
  Algunos chicos nos miraron con interés, con la curiosidad de saber si Roger todavía me tenía ojeriza. Pero éste me informó sin más de que John le había dicho que yo tocaba la guitarra bastante bien, y que si se presentaba la oportunidad de unirme a su banda, ¿me interesaba? Me quedé pasmado. La banda de Roger, los Detours, solía tocar en fiestas. Interpretaban canciones Country & Western, «Hava Nagila», música popular de baile, conga, canciones de Cliff Richard y lo que fuera que estuviera en lo alto de las listas por entonces. Roger mandaba en los Detours con característica mano de hierro. A juzgar por las caras de quienes nos observaban, el mero hecho de que Roger estuviera hablando conmigo significaba que mi vida podía dar un vuelco.
  Con toda la calma que logré aparentar, le dije a Roger que estaba interesado. Asintió y se fue, pero ya no supe de él hasta meses después. Por entonces ya me había matriculado en el Ealings Art College."

(...)
  "A principios de 1962, después de recibir la llamada que había estado esperando, me acerqué a casa de Roger para una prueba con los Detours. Antes de alcanzar la entrada, una rubia abrió la puerta y empezó a andar lentamente hacia mí. Iba llorando, pero al ver el estuche de la guitarra se detuvo y se recompuso.
—¿Vienes a ver a Roger?
—Sí.
—Pues ya puedes decirle esto: o su maldita guitarra o yo.
  Llamé a la puerta y le pasé el mensaje a Roger, convencido de que se desharía en lágrimas y echaría a correr tras la celestial criatura con la promesa de que jamás volvería a tocar su guitarra.
—Que le den —dijo—. Pasa.
  Subimos directamente a su dormitorio. Se lo veía distraído, y luego resultó que uno de los delincuentes con los que solía juntarse estaba escondiéndose de la policía justo debajo de la cama donde me senté para tocar. La prueba fue muy rápida.
—¿Sabes tocar el acorde de mi? ¿Y de si? ¿Y «Man of Mistery» de los Shadows? ¿«Hava Nagila»?    Vale, pues. Nos vemos para practicar en casa de Harry."

viernes, 20 de abril de 2018

AMERICA, AÑOS 60. WHO I AM, de Pete Townshend

AMERICA, AÑOS 60. WHO I AM, de Pete Townshend 

   "San Francisco hervía de gurús psicotrópicos y Nueva York era seguramente la capital del mundo, pero entre medio se abría un espacio lleno de enclaves reaccionarios. En el sur nos prohibieron acceder a las piscinas sin gorro de baño porque llevábamos el pelo demasiado largo; en una ocasión casi recibimos una paliza por parte de unos hombres ofendidos por lo que les parecía un despliegue de homosexualidad manifiesta. Muchas mujeres mayores también se apuntaban al escarnio. La verdad es que los prejuicios de la América media nos cogieron por sorpresa.
   También pasaban otras cosas: en un motel de Florida, Herman (Peter Noone) se acostó a la vez con una hermosa fan y con su hermosa madre. Cuando las dos mujeres salieron juntas de su habitación, nos quedamos estupefactos. En una piscina, una rubita en bikini revoloteaba nerviosa en torno a mí; empecé a charlar con ella, entonces Roger me apartó y me susurró: «No querrás ir a la cárcel». La verdad es que en bikini me parecía mayor."

martes, 17 de abril de 2018

EL PACKARD V12 DE 1936. WHO I AM, de Pete Townshend

EL PACKARD V12 DE 1936. WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Keith, John y yo compramos un Packard V12 de 1936 por treinta libras, condujimos de vuelta desde Swindon y lo aparcamos ante mi casa. Un día desapareció. Temí que lo hubieran robado, pero cuando informé a la policía, me dijeron que se lo había llevado la grúa. Alguien importante se había quejado.
  De la nada recibí la llamada de un hombre que deseaba comprar el Packard. Según parece, había sido incautado a petición de la reina madre. Decía que pasaba por delante de él cada día, y se lamentaba porque le recordaba al funeral de su marido. La multa por recuperar el coche era de doscientas libras, una cantidad absurda, pero el comprador se ofreció a pagarla a cambio de quedárselo. Acepté y, resentido, dediqué «My Generation» a la reina madre.
  Me compré un Lincoln Continental Mark II de 1956. No sabía nada de aquel coche, pero me encantaba: un cupé de dos puertas negro y bajo que parecía un Ford Thunderbird a gran escala. No tenía idea de que Elvis y Sinatra adoraban y poseían ese mismo coche. Poco después de comprarlo, se le cayó el morro, pero mi cariño por aquel vehículo no decreció."

lunes, 26 de marzo de 2018

LA MÚSICA DE LAS ESFERAS. WHO I AM, de Pete Townshend

LA MÚSICA DE LAS ESFERAS. WHO I AM, de Pete Townshend 

  "Mis padres no veían gran talento musical en mí, sólo una voz aguda, nasal, de soprano. Tenía prohibido tocar los clarinetes o saxofones de papá, y debía limitarme a mi armónica.
  En mi primera incursión en el ámbito de la pesca en la isla de Man, fracasé contra una trucha enorme y me consolé tocando la armónica bajo la lluvia. Me extravié en el sonido del instrumento, y entonces experimenté una vivencia extraordinaria que me cambió la vida. De pronto, estaba oyendo música dentro de la música: una belleza armónica, rica y compleja que había estado encerrada en los sonidos que yo creaba. Al día siguiente salí a pescar con mosca, y esta vez el murmullo del río desató un manantial de música tan vasto que me pareció estar entrando y saliendo de un trance. Aquello fue el principio de mi conexión vital con los ríos y el mar, y con lo que podría describirse como la música de las esferas."

miércoles, 21 de marzo de 2018

HACER ARTE. WHO I AM, de Pete Townshend

HACER ARTE. WHO I AM, de Pete Townshend 

   "El viernes 12 de marzo los Who regresaron triunfalmente al Goldhawk, nuestro hogar musical lejos de casa. Para Roger y para mí aquello tenía un significado especial porque habíamos sido miembros preadolescentes del Sulgrave Boys Club, que estaba calle abajo. Muchos de los antiguos miembros —ya adolescentes— asistieron al Goldhawk para exhibir sus nuevos trapos mod, beber cerveza, tomarse unas anfetas, pelearse y ligar con las chicas. Tocamos «I Can’t Explain» una y otra vez, la multitud se puso como loca.
   Pasado el concierto, unos cuantos pidieron pasar entre bastidores para hablar conmigo. Encabezados por un irlandés larguirucho llamado Jack Lyons, se plantaron allí y me contaron que les gustaba mucho la canción. Les di las gracias, y pregunté qué les gustaba particularmente. Jack tartamudeó que no podía explicarlo en palabras. Traté de ayudar: la canción trata de la dificultad de dar con las palabras.
   —¡Eso es! —gritó Jack; el resto asintió.
   Sin mi formación artística dudo que aquel momento me afectara del modo en que lo hizo. Pero cambió mi vida. En la escuela, especialmente en el último periodo de diseño gráfico, me habían «programado» para que me buscara un proveedor, para que me ciñera a un discurso, para encontrar alguien que pagara por mis excesos y experimentos artísticos. Mis nuevos proveedores estaban ante mí.
   El discurso era simple: necesitamos explicar lo que no podemos explicar; necesitamos decir lo que somos incapaces de decir. No es que aquella noche me transportara a casa en una nube, pero me sentí vindicado. Seguía enchufado a la idea de fama y notoriedad, no en vano salíamos en radio y televisión y había compuesto un éxito musical, pero ahora sabía que los Who tenían una misión más importante que la de ser ricos y famosos.
   Y —por pretencioso que pueda sonar hoy— sabía con absoluta certeza que, al cabo, lo que estábamos haciendo iba a ser arte."

lunes, 12 de marzo de 2018

CODA A PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend

CODA A PETE TOWNSHEND. WHO I AM, de Pete Townshend 

   "En mi libro hablo acerca de mis primeros días, en que andaba a trompicones entre mi interés por Meher Baba, la vida familiar y los rigores del rocanrol. Al final, me he quedado en algún punto intermedio. La creencia casi ciega que alimentaba de joven —de que la «Creación», como enseña Meher Baba, consistía estrictamente en la conciencia, y que era precisamente la conciencia aquello que evoluciona, no la materia ni las partículas— se me antoja ya científicamente sin sentido. Con todo, me sigo preguntando quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy. Todavía soy seguidor de Meher Baba, pero mantengo los dedos cruzados a mi espalda.
   Después de cuarenta y seis años sería algo naif abrazar la convicción de un Richard Dawkins o incluso del difunto (y en su momento maravilloso) Christopher Hitchens. A diferencia de estos dos brillantes ateos, yo respeto la fe espiritual o religiosa del prójimo, y exijo el mismo respeto para mí. El problema es que a medida que envejezco no quiero saber qué hay al otro lado: de verdad, no quiero saberlo. Cuando, a los veintidós años, comprendí por primera vez que muchas religiones orientales dependen de la noción de reencarnación como puntal de su sentido, me entró pánico. ¿Quién querría de verdad vivir para siempre? Cada mañana me despierto y sigo siendo «yo». A  veces, eso es bueno, otras no tanto.
   Todo lo que sé es que sólo la felicidad y el amor pueden dejar en suspenso el terrible dilema del tiempo que pasa. A veces, se ve trascendido por la música, lo cual resulta sorprendente si pensamos que la música depende de la división del tiempo, de su duración y tránsito. De modo que aquí estoy, dubitativo aún sobre si la vida es un viaje espiritual o si el universo tiene la clave para hacernos reír. Como sea, música es todo lo que puedo hacer ahora mismo.
   Si jamás escribo otro libro, dudo que se trate de unas memorias. Tampoco es que me haya aburrido de mí mismo, pero estoy cansado de tratar de explicar que, más allá de lo que dijera cuando era un joven entusiasta de dieciocho años o un treintañero maltrecho por la heroína, me niego a seguir cargando con esos dos tipos. Y no voy a pedir excusas por ellos. Uno era ingenioso e incansable, lleno de energía y esperanza, algo triste quizá, pero tenía toda la vida por delante y los nubarrones pasaban. El otro era un ser exhausto, enamoradizo, que iba tras las sombras y se regodeaba en la sordidez, pero seguía creando y actuando y a veces incluso hacía reír a los demás.
   Prometo que no estoy tratando de darme una pátina romántica, sino todo lo contrario. Hoy día, las cosas son más simples para mí, y estoy feliz. Satisfecho de tirar adelante. Mi dentadura sigue intacta, en su mayor parte. Y aún puedo saltar como…
   Lo dejo aquí. Espero que hayáis disfrutado del libro."

sábado, 3 de marzo de 2018

LAS GROUPIES DE THE WHO. WHO I AM, de Pete Townshend

LAS GROUPIES DE THE WHO. WHO I AM, de Pete Townshend 

   "Al salir de gira, sin embargo, no podía desprenderme de la sensación de que había una fiesta en curso a la que no había sido invitado porque no tomaba drogas ni me sentía cómodo entre las groupies. Mi problema con las groupies tenía poco que ver con la moral; simplemente no comprendía qué querían, o qué creían ellas que estaban haciendo. Si resultaba que pasabas algunas noches con Daltrey o Clapton, ¿qué más ibas a hacer para que aquello significara algo? ¿Contarlo a tus amigas? ¿Marcarlo con muescas en tus talones? Una mujer que se acostó a menudo con Eric era hermosa, elegante y tremendamente inteligente. ¿Qué la llevaba a seguir a los grupos por ahí y merodear entre bastidores, a la espera de unas migajas? ¿O es que eran todas una panda de folladoras de famosos deseando algo de fama por asociación, o de prestigio por reputación y misterios ajenos?
   Keith solía juntarse con groupies bien conocidas a las que trataba como princesas y les hablaba con acento pijo de lord mientras les servía Dom Pérignon; era tremendamente divertido y se entendía por qué las chicas disfrutaban de su compañía. John solía adoptar a una chica para toda una gira, y ésta se convertía en una presencia perfectamente familiar para todos hasta que se desvanecía para siempre una vez que la gira terminaba. Yo observaba a los hombres en los bares de los hoteles, viajantes de comercio o invitados a congresos, hablando con mujeres que acababan de conocer, sin importarles que fueran chicas de alterne o solteras que salían a pasarlo bien. Entendía lo que necesitaban y por qué. Pero me costaba entender eso mismo en mis compañeros de grupo.
   Algunos músicos del pop y del rock, incluso de segundo orden, han cifrado sus conquistas sexuales aportando números que desafían la imaginación. Mi prioridad era serle fiel a Karen, pero eso también me arrinconaba un poco. Por otra parte, cualquier desconocido que tratara conmigo estaba convencido de que sabía qué hacía yo y cómo vivía: las leyendas apócrifas del rock eran difíciles de refutar. Y tampoco valía la pena perder tiempo contando que, a pesar de pertenecer a un grupo de rock y de destrozar guitarras, yo no consumía drogas e intentaba ser un buen esposo."

WHO'S NEXT. WHO I AM, de Pete Townshend

WHO'S NEXT. WHO I AM, de Pete Townshend 


   "El título Lifehouse se reconvirtió en el patético Who’s Next, y la portada del disco me pareció una broma de mal gusto. En el anverso aparecíamos junto a un obelisco contra el que acabábamos de mear. En el reverso salíamos todos mamados en un camerino después del concierto. La funda casi hedía a orina. La verdad es que me desconcertó sobremanera comprobar que numerosos amigos y fans a los que respetaba expresaban su admiración por el título y el diseño del álbum."